lunes, 27 de octubre de 2014

Un viernes

Hoy iba a ser un viernes cualquiera. Se despertó a las cinco de la mañana, cuando la más pequeña le llamó pidiendo agua. Trató de volver a dormir un poco más aunque sabía que era complicado. Sonó el despertador y se preparó para levantar a sus dos niñas, mientras su mujer preparaba el desayuno. 

Manteniendo conversaciones sobre la vida las llevó al colegio, una preocupada por el examen que le esperaba y la otra pidiendo galletas rellenas de chocolate. 

Se siente con su suerte, tiene su familia, su trabajo, su felicidad.

Nos encontramos en el cercanías y nos preguntamos por nuestros fracasos y nuestros aciertos. Habla orgulloso de sus hijas, a las que transmite sus valores, la importancia de agradecer la vida, de esforzarse, de no abandonar, de valorar las cosas y aceptar que ser caprichosas no es una opción, que tendrán que madurar. 

Le miro admirada. En estos tiempos que corren, en los que da miedo poner la televisión, él es capaz de transmitir paz y verdad. Veo el futuro de sus hijas y lo veo lleno de honestidad.

Hablamos del trabajo, me cuenta que tiene que hacer unos planes, que lleva una semana bastante liado, que los viernes se nota la semana.

Empieza su jornada. La empezamos todos en la oficina. Pero no todos la terminaremos. 

Hablan de proyectos que no salieron, en los que nosotros ni intervenimos, de objetivos no cumplidos, de contrataciones esperadas que no han llegado. Hablan como si las personas no fueran personas, como si las vidas ya no importaran.

Deciden sin mirar hacia abajo, sin importar cargas de trabajo ni horas regaladas a la empresa, ni veranos luchando por seguir hacia delante, ni trabajos bien realizados. Deciden sin pensar en las vidas que hay detrás, ni en los sueños ni en las ilusiones. Deciden viendo números y olvidando a las personas. Deciden de la peor manera que se puede decidir. Deciden sin saber lo que está pasando más allá de su nariz. 

Su jefe le llama a su despacho. No ha habido rumores antes, no ha habido quejas, ni problemas. Todo iba bien. Es un adiós. Para él y para unos cuantos más, que ni podían imaginar cuando se levantaron que sería su último día en el trabajo. 

Sale del despacho con la mirada serena, conteniendo la respiración y las lágrimas. Mirando a un futuro que se ha vuelto incierto, pensando en sus niñas y en su mañana. 

Recoge sus cosas, la foto familiar que puso en su mesa. Deja sus carpetas y sus papeles a sus compañeros, que le miran con tristeza pensando en si mismos. Comparten su dolor, la dureza del momento, el miedo. Pero también respiran aliviados por no haber sido ellos, por poder volver el lunes a un trabajo que ya no será igual, en el que la incertidumbre les irá matando por dentro.

Me llegan los rumores, empiezo a escuchar nombres y las lágrimas se me saltan mientras me escondo detrás del ordenador. Ésta es la maldita crisis de la que hablaban, en la que no importa que hagas tu trabajo bien para poder conservarlo. 

Con su caja llena de recuerdos sale por la puerta. Llega a casa y respira hondo. No entiende que ha hecho mal, se siento un fracasado y le cuesta encontrar ese optimismo con el que se levantaba cada mañana. Por un instante olvida que él no tiene la culpa. 

Se va a recoger a sus niñas al cole, que se alegran pero se sorprenden al verle. Él les explica que todo ha cambiado, que ha llegado una nueva etapa en la que va a necesitar muchos abrazos y que ellas sean más fuertes que nunca. Les dice que todo irá bien, que seguirá llevándolas al cole, que pronto llegarán otros cambios que serán para mejor.

Y yo, como sus niñas, le creo, y espero de corazón que pronto encuentre un trabajo y a mí el mundo me vuelva a parecer un buen sitio. 


Vértigo


2 comentarios:

Catadora de sabores dijo...

Que difíciles son las historias que continienen adioses. A mi al menos son las que más me apenan, me duelen y me hacen sentir mal. A veces me gustaría que todo fuera eterno mientras nosotros queramos. Que nada tenga un fin sin haber sido elegido por uno mismo.
Y unos tacones me vuelven a la realidad.
La vida no es así. Asume los cambios, se fuerte, y hazte indispensable. EN el trabajo, en tu día a día, con tu familia, pareja, amigos.. aunque no lo seas, pero que ellos no lo sepa.

Recomenzar dijo...

me gusta tu estilo limpio de decir las cosas
un abrazo desde Miami