lunes, 20 de abril de 2015

Enciende la luz

"Enciende la luz" me dijiste. Pensando que yo podría encenderla y seríamos felices. Así. Sin más. Encender la luz. Te dije que no, que no iba a encender la luz, no iba a mostrarte el camino, no iba a ser tan sencillo. 

Me miraste sorprendido. "¿Por qué no?". Te parecía tan fácil encender la luz. Y yo estaba cansada de tus facilidades, de tu falta de conciencia, de tu manera de entender el mundo.

Y a tu pereza de cambiar, se unía mi pereza de querer explicarte. De decirte de nuevo que te sentaras y me escucharas. La luz no era un milagro, como tampoco lo éramos nosotros, como tampoco lo era nuestro amor. Te parecía infinito, inagotable, renovable. 

"¿Qué es renovable?". Volvíamos al tema, al de siempre, al que nos llevó a conocernos y al que podía separarnos. Renovarse o morir hubiera dicho el tópico, pero no nosotros, que hablábamos de luz, de energía, de electricidad, de química y de las chispas saltando entre uno y otro.

Volvíamos a las renovables y a tu visión utópica de ellas y a mi visión cínica del mundo. El viento, el sol, el agua. Las nombrabas como si fuera un tantra. Y yo te miraba, sonriendo con malicia, con esa cara que te enamoró un día y que otros te sacaba de quicio. "¿Seguro que es renovable el viento?". "¿Estás seguro?". Tu cara perpleja, como siempre. Sin acostumbrarte a que diera la vuelta a tu tortilla. 

Seguí con mi discurso, quizás volviéndome experta en darlos. Admitiendo que el viento puede ser renovable, claro que sí. Pero la energía eólica no lo sea tanto. "Ojalá, el viento no necesitara más que el viento, y nuestro amor sólo nos necesitara a nosotros", te dije. Y te pregunté que de donde salían tus idealizados aerogeneradores, que te volvían Quijote en los viajes en tren. Me volviste a mirar sorprendido. La pregunta era sencilla: "¿tu viento es capaz de generarlos?". O sigues necesitando otras fuentes de energía, quizás no tan mágicas, no tan renovables.

Te quedaste sin palabras. De nuevo. Como aquel día que nos conocimos y te empecé a hablar de energía y de subestaciones. Recuerdo tu cara sin poder articular palabra. Y recuerdo cuando conseguiste empezar a hablar y aunque no me guste reconocerlo, me hiciste callar y pensar. Quizás por eso me enamoré de ti, por esa capacidad de sorprenderte y de sorprenderme. 

Vuelvo al viento, y al sol y a esos malditos paneles fotovoltaicos, su rendimiento y su alto coste de fabricación. "¿Es la solución?" te pregunto. Te increpo, quiero una respuesta, un sí, un no, un todo lo contrario. Me miras y de nuevo callas. No es fácil responder. Como no es fácil encender la luz. 

Quieres hablar de olas, de mareas, de agua. Y a mí me parece bien. Pero no quiero películas de miedo, ni quiero mundos idealizados, ni promesas con anillos sin sentido. Me cuentas la historia, la hidráulica, los desniveles, el agua girando, la generación de electricidad, el comienzo. Te entiendo, te podría dar la razón, te pregunto si con esa agua encenderás la luz.

Volvemos al punto de partida, como siempre hacemos. El comienzo, el vínculo, la conexión que hace que ahora estemos sentados uno enfrente al otro con la luz apagada. Hablas de la vida sin petróleo, sin carbón, sin contaminar. Y te hablo de vivir sin teléfonos, sin antenas, sin ruedas ni fuego. Mi mundo no es perfecto, pero tampoco lo es el tuyo. 

Me miras y te miro. Tu chaqueta, tu móvil fabricado en China, tu hipocresía. Mis tacones a los que nunca debí subir, mi sueldo en el banco y mi hipocresía. Dos hipócritas discutiendo podría ser el titular del momento. Aunque me dices que simplemente es una conversación de dos enamorados.

"¿Y cuál es la diferencia?", nos preguntamos, tan difícil nos resulta ser consecuentes con nosotros mismos como no querer estar el uno al lado del otro. Intentamos esa lucha, cada uno a nuestra manera, pero reconozcamos que cuando la luz se apaga nos gusta tratar de entendernos. 

Enciendes una cerilla y me miras. "¿Mejor así?, me dices. El juego ha cambiado y ahora tú te sientes con poder. Busco la caja y el lugar de fabricación, busco un resquicio en el que destrozarte, en el que hacerte sentir vulnerable. "Es luz", dices, "quizás nuestra luz". Sabes que me traes a la memoria esa noche en la que nos conocimos en la que había velas en las mesas. 

También sabes que me dan miedo, que nuestra torpeza tire las velas que encendimos una vez y todo arda. Aunque a ti no te de miedo arder, ni luchar en batallas perdidas ni defender mundos utópicos en el que generas electricidad sin contaminar y me enamoras eternamente. 

Ahora sentados sin luz nada parece tan sencillo, aunque tus ojos siguen pareciendo indicar que sí. Te repito que nunca has dejado de contaminar, me repites que nunca he dejado de estar enamorada de ti. Nos damos la razón y nos la quitamos.

Te digo que estoy cansada, que la luz no aparece y no creo que debamos encenderla aunque la necesitemos. Nosotros solos hemos creado el mundo en el que vivimos y habrá que asumir errores y aciertos. Me dices con la cara que no, que aceptas los errores y sueñas los aciertos, que habrá que seguir investigando, peleando por mejorar rendimientos y tecnologías, conseguir que encender la luz no sea traicionarse. Que puede que hoy tenga razón, pero no la tendré mañana, que los gigantes se convertirán en molinos y ser Quijote no será volverse loco.

Me haces sonreír y te gusta saber que lo has conseguido, que te podré rebatir sobre el viento pero no sobre nuestro amor, que seguirá soplando y moviéndonos.

Te levantas y subes la persiana. Me dices que me deje de preocupar por la luz y me fije en el sol tan bonito que entra por la ventana. 

Vértigo