viernes, 31 de diciembre de 2010

Correo enviado

“Hago balance
y repaso viejas fotos.
Ya no soy aquel muchacho
con relámpagos en los ojos.


Conservo miedos
por los que aún debo cantar.
Aún siento el vértigo helado
al echar la vista atrás.”


Isma hace su balance en su último disco, aquel que salió el día que empecé a trabajar.


Le robó, como siempre, algunas frases para mi balance.


Y quizás ya no hagan falta más.


¿Qué puedo contarte de mi 2010 que no sepas?


Ya sabes que hubo cosas buenas y cosas malas.


Y también sabes que esta noche todas pasan por mi cabeza, recordando, repasando, revisando.


Claro que también analizando, con esa maldita costumbre mía de ver si me estoy traicionando a mi misma, si estoy alejándome de mi propio camino.


Reconozco que no lo sé… Y puede que nunca lo sepa.


En unas horas empieza el 2011 y estoy segura de que sabes todo lo que pido.


Termino como empiezo… robando frases a Isma:


“Y en el futuro espero, compañero, hermanos,
ser un buen tipo, no traicionaros.
Que el vértigo pase y que en vuestras ventanas
luzca el sol cada mañana.”


¡Feliz 2011!


Vértigo

lunes, 6 de diciembre de 2010

Etapas

Alguien me dijo alguna vez que la vida está llena de etapas. Cada etapa tiene su comienzo y su fin, sus momentos buenos y sus ratos malos, sonrisas y lloros, aciertos y fracasos, un escenario, unos compañeros.


Le conocí cuando disfrutaba una buena etapa, empezaba sus estudios, descubría el amor, soñaba por las noches y sonreía durante el día


Yo le miraba y me gustaba lo que veía, en sus ojos se intuía ambición pero también ideales, firmes convicciones y nobles sentimientos.


Parecía que aquella etapa sólo sería la primera de muchas buenas, cambiaría la universidad por una oficina, la casa de sus padres por la suya, la novia por la mujer, pero no cambiarían las ideas, los sueños ni los amigos.


Entre ellos me incluía yo, siempre dispuesta a escuchar sus pensamientos, a acompañarle por mundos infinitos y a discutir sobre teorías imposibles.


Llegaron etapas nuevas, cambios importantes y cambios que parecían insignificantes pero que hicieron que el destino cambiara su rumbo.


Dijo que sí a algunas preguntas, no contestó a algunas llamadas, se planteó ciertas dudas y miró hacia otro lado cuando debería haber mirado fijamente. Consiguió muchas cosas olvidando otras, y perdió ilusiones ganando victorias.


Se rumoreó que había llegado muy lejos, que era un hombre de éxito, que la vida le sonreía. También se decía que parecía distinto, que ya no hablaba con pasión ni se intuía brillo en sus ojos.


En alguna etapa cambió demasiadas cosas, cambió de casa, cambió de ideas y cambió de amigos, y dejó de contarme sus sueños y sus miedos. Sabía de su vida por los rumores y no me gustaba lo que se decía, siempre tuve la esperanza de que no fueran ciertos.


Una tarde lluviosa me lo encontré en una tienda mirando brújulas. Nos miramos y nos reconocimos, a pesar de los años pasados, ambos conservábamos ese aire de perdidos que necesitan que se les marque el norte.


Le miré despacio y no me pareció tan distinto al chico que conocí, seguía mordiéndose las uñas, peinándose sin dirección, llevando un abrigo que parecía heredado y unas pulseras que seguro implicaban recuerdos. Pensé que ningún rumor era verdad y que en sus ojos todavía podía encontrar grandes ideales.


Me llevó a una pequeña cafetería con velas en las mesas y aire bohemio. Pidió por mí, dos tés y un trozo de tarta para compartir y me sonrió confiando en su intuición.


Quería preguntarle tantas cosas, quería saber cada etapa que me había perdido, pero no quería obligarle a hablar, preferí mirarle y esperar que él me fuera contando según fuera sintiendo.


Empezó hablando de libros que estaba leyendo, de música que acababa de descubrir, de bares donde pasar largas noches y de estrellas en el firmamento.


Sentí que volvíamos al pasado, a cuando le escuchaba embobada y todo parecía posible.


Me preguntó por mis etapas y se disculpó por habérselas perdido. Le expliqué cómo había ido cambiando mi vida y cómo conseguí seguir sin poner los pies en la tierra.


Sonrió y me recorrió con la mirada, observando el paso del tiempo en mi cuerpo, fijándose en mi nueva ropa y adentrándose en mis ojos. Afirmó que no encontraba cambios esenciales en mí, quizás un color de tinte más formal y cierta evolución siguiendo mi camino.


Me gustaron sus palabras. Daba igual que hiciera años que no supiera de él, que en cierta manera sentí que me abandonó, que aunque no lo confesara me echó de su vida, aun así su opinión seguía siendo importante para mí, que reconociera que al menos yo había sido fiel a nuestros ideales me pareció un triunfo. Y eso que nunca creí en las victorias.


Le miré de nuevo, esta vez buscando en su interior, intentando buscar los cambios de estos años, preguntándome si realmente había sido otro, queriendo descubrir qué nos pasó.


Creo que me leyó el pensamiento y comenzó a contarme. Admitió que los rumores eran ciertos. Puede que tuviera éxito en algunas facetas de la vida pero a cambio fracasó en demasiado.


Me habló de errores, de decisiones incorrectas, de abandonar ideales, de llegar a lo más alto y de tocar fondo.


Cogió mi mano mientras hablaba de amistades perdidas, de cómo dejamos de vernos, de cómo perdió a toda la gente que le importaba.


Escuchándole supe que había pasado por muchas etapas en las que había sido todo lo que rechazamos. Aunque había conseguido volver a encontrarse y el hombre que tenía delante de mí no era tan diferente al que habíamos soñado.


Sonreí, no pude evitarlo. Me seguía gustando lo que veía. Esta vez en sus ojos se seguían intuyendo ambiciones e ideales, pero también experiencias, fracasos, heridas, pasiones, sueños y sobre todo pude ver futuro.


Futuro del que me empezó a hablar. Un futuro que se había propuesto y que había comenzado hace unas semanas, haciendo bien las cosas, aceptando llamadas, diciendo que no, mirando fijamente.


Reconoció que el escenario de esta nueva etapa era la misma ciudad, no los mismos lugares. Un apartamento cerca de casa de sus padres, a la que volver en caso de dudas, pequeños bares, menús del día y cafeterías bohemias.


Los compañeros también habían cambiado, estaba recuperando viejas amistades, conservando buena gente y descubriendo sentimientos.


Me sonrío. Le sonreí.


Volvió a coger mi mano y me vi en su futuro, formando parte de su vida, luchando por no traicionarnos, buscando nuestras pequeñas victorias, siguiendo a la estrella polar.


Me besó y comenzamos una nueva etapa.


Vértigo