martes, 14 de diciembre de 2021

En el mismo edificio

Sabía que en cualquier momento se verían. Él ya le había enviado un mensaje avisándola, diciéndole que Madrid podría ser una ciudad enorme pero que iban a acabar trabajando en el mismo edificio. ¿Qué probabilidades había? Los dos, que se decían ser de ciencias, se sentían incapaces de imaginar que podría pasar, que después de una historia imposible sus destinos se volvieran a cruzar de una manera tan simple. Aunque llamar historia a su relación parecía cómico, pero llamarlo relación resultaba más trágico todavía. Nunca habían estado realmente juntos ni se habían planteado estarlo, los años habían ido determinando los pasos que iban dando y que normalmente les iban separando. Ella soñó hace una eternidad que acabarían casándose, que estaban predestinados a estar juntos, pero hacía demasiado que había asumido que no era así. Él parece que siempre lo tuvo más claro, quizás porque durante mucho tiempo tenerla ahí le daba cierta tranquilidad mientras seguía haciendo su vida y fracasando en otras relaciones. 


Ahora están delante el uno del otro, aunque sabían que algún día pasaría, no imaginaban que sería aquel día. Ella salía entre sus compañeras de trabajo riéndose de cualquier tontería y él estaba justo parado enfrente de la puerta. Le vió y dudó. Dudó de todo, hasta de sí misma. Pero le miró a los ojos y no diría que el mundo dejó de girar, pero esos ojos le dieron miedo. Las mascarillas estaban tapando la mitad de sus caras y sólo podían imaginar sus sonrisas. 


Se quedaron parados, quietos, inmóviles. Dirán que era el coronavirus, que ya no se pueden dar dos besos, que todo ha cambiado. Pero ella no podrá mentirse, y sabe que no se acercó porque no quería tenerle cerca, no quería olerle, no quería comprobar si seguía habiendo química, no quería volver a ser la chica insegura que soñaba con él ni la mujer peligrosa que jugó con fuego. No quería ser nada de lo que fue cuando él había estado cerca. 


Tiene claro que nada volverá atrás, que su tiempo ya pasó, pero el miedo a sentirse de nuevo como en el pasado hizo que mantuviera la distancia de seguridad, que no pudieran transmitirse el coronavirus ni tampoco la conexión que un día tuvieron. 


Unas pocas palabras, un me alegro de verte, un ya nos veremos otro día que hoy tengo prisa y ya. Se separaron y ella siguió su camino. Sus compañeras preguntaron quién era pero cómo explicar una no historia tan larga, cómo decirles que no siempre ha estado orgullosa de quién fue, cómo aceptar errores del pasado y confesar que quizás nunca se arrepintió de cometerlos. Lo resumió con un "mi amor platónico de toda la vida" y con que la última vez que se vieron las circunstancias fueron muy diferentes. No quiso darles más detalles, no quiso confesarse. 


En su cabeza, vinieron imágenes de aquella última vez, en la que no había mascarilla ni ropa, ni mantuvieron distancias aunque quizás deberían haberlo hecho. Desde entonces habían seguido en contacto con mensajes, escribiéndose alguna vez, felicitándose los cumpleaños, pensando que no se volverían a ver y que tampoco hacía falta. Pero tenerse delante les recuerda a los dos que podrían seguir escribiéndo capítulos si quisieran, que podrían quedar a la salida, que un vino podría llevar a otro y acabar en alguna casa no sería tan raro. Aunque quizás sea un poco estúpido pensar que compartir edificio de oficinas va a cambiar su rumbo, podrían haber quedado estos años, podrían haber vuelto a cometer errores, podrían haber creado una historia, una relación, algo entre ellos que fuera de verdad. No es culpa de ninguno que no, o es culpa de los dos, o es lo mejor para todos. Cruzarse no debería cambiar nada, cada uno debería seguir como siempre.


Pero quizás verse lo cambie todo. En el camino a casa ella dudará si escribirle, si decirle que le debe dos besos, si volver a jugar. Siempre ha sentido que estaba la posibilidad y ahora parece más real. Mentiría si dijera que no se siente tentada, que se pregunta cómo respondería él si ella lanza la piedra y quien de los dos terminaría el juego esta vez.


Llega a casa donde espera su montaña rusa constante, el que apareció después de la última vez que se vieron y por el que decidió no seguir quedando con él, con el que sí que tiene una historia, una relación, una vida por la que merece la pena apostar. 


Se siente estúpida por sus pensamientos del día, por creer que sería capaz de volver a caer en sus brazos, por pensar que dos besos la iban a tambalear, por dudar de la persona que es ahora. Le enviará un mensaje, sí, porque le gustó verle, porque le gusta seguir sabiendo de él, le hace sentir menos mal que aquellos errores fueron por alguien que sigue en su vida, por alguien que le importa. Pero ya no jugará. No quiere hacerlo, no quiere hacerlo con él. 


Se abraza a su montaña rusa y le dice que ha sido un día largo, que se encargue él de la cena, que no quiere pensar más, que un poco de vino y first dates si le parece bien. Él, que entiende que en su cabeza hay lugar para mil mundos, sabe que podrá dar todas las vueltas que necesite, con todos los fantasmas que aparezcan pero al final del día es con él con el que quiere estar y al que no va a traicionar. 


Vértigo