Y yo que dije que eras el camino fácil, la opción más sencilla que elegir, la que me daría los deseos que se supone que tenía que querer, la decisión que haría que viviera la vida sin implicarme, el acierto que sería el error más grande.
Me equivoqué.
Lo fácil hubiera sido seguir jugando con el camino complicado, dejarme marear por su tonterías, aceptar sus proposiciones nocturnas y entender que nunca me entendería; seguir serpenteando por el camino imposible, sabiendo que sólo me sonríe cuando sopla el viento, que ya dejó de escuchar mis silencios varias veces y lo volvería a hacer, que lo platónico y lo irreal pueden ir de la mano y que sus mentiras no terminarían en mis brazos.
Las opciones sencillas hubieran sido seguir intentando esos caminos y continuando con las historias de una noche en las que ya dejé de pedir números de teléfono y me conformaba con que me hicieran sentir eterna durante unas horas.
El camino fácil resultó ser el camino más difícil, el que me hace enfrentarme a mis miedos y a mis vértigos, el que supone mojarse, empaparse, calarse hasta los huesos de sentimiento, de vida, de amor; el que es capaz de hacerme replantearme mis decisiones sin sentido, querer renunciar a independencias estúpidas, asumir que siendo dos también se puede ser libre y feliz, que echarte de menos no es ser débil, que no vivir atormentada no supone traicionarme.
Y yo que dije que no me volvería a enamorar, aquí estoy caminando por un suelo con baldosas amarillas que me lleva a ti, el camino pudo parecer sencillo pero es el más peligroso. Siento que en cada pisada me falta el aire, que el vértigo me acompaña, que mirarte a los ojos supone perderme y que en tus brazos podría dormir eternamente.
El acierto que sería el error más grande puede acabar siendo el error que será el mayor acierto.
Me equivocaré o no esta vez. Pero merece la pena intentar el camino porque esta vez lo haremos juntos.
Vértigo