domingo, 1 de febrero de 2015

Reto: Submarino nuclear

Podría decir que decidí entrar en aquel submarino nuclear. Porque realmente lo decidí yo. Pero a ciertas edades no sé si se toman las decisiones o las decisiones te toman a ti. 

Se acababa una etapa y era el momento de comenzar otra. Asustada, insegura, llena de miedos y con un futuro por delante que parecía que no estaba dispuesto a esperar a que estuviera preparada. 

Entrar en el submarino nuclear y asumir el encierro voluntario. Dejar de ver la luz del sol y echar de menos el mundo que conocía. 

Los primeros meses fueron extraños, quizás todos lo fueron. Nueva vida, nueva gente, nuevos sueños y mismos miedos. Adaptarse no fue fácil, seguir el ritmo casi imposible, conservar la sonrisa un milagro. 

El submarino marcaba mis tiempos y mi vida. Me imponían las horas que dormía, las que dedicaba a las actividades, las que podía descansar y las que podía mirar al océano. Muy pocas veces se me permitía volver a tierra y contactar con mi pasado, con el mundo que había dejado en el que ya me sentía que no encajaba. Hubo momentos en los que no pertenecía a ningún lugar, ni al submarino ni mi ciudad. 

Resulta complicado resumir mis años en el submarino, fue una etapa de mi vida llena de etapas. Ni siquiera los coprotagonistas de mi historia se mantuvieron, fueron entrando y saliendo del submarino y de mi vida. 

Aunque si tuviera que escoger a una persona de aquellos años, supongo que elegiría a aquel chico con mirada tranquila y aire serio que conocí en el mundo real pero que reencontré dentro del submarino. Fueron dos años de emociones intensas, convirtiendo al submarino nuclear en nuestro paraíso particular. 

Nunca pensé que hablar de protones y neutrones podría ser tan romántico, que un submarino escondería rincones en los que darse besos apasionados, que enamorarme encerrada en un lugar podría ser lo más bonito y lo más triste que se puede hacer.

El amor se acabó y desee que el submarino se parara, pero no lo hizo. Atrapada en un lugar lleno de recuerdos, de dolor y de lágrimas y teniendo que seguir cruzándome con el chico de mirada tranquila por los pasillos, haciendo presente que tenía que cambiar de etapa sin cambiar de lugar. 

Podría decir que no fue complicado, que quien no ha superado un corazón roto. Porque realmente era una experiencia más. Pero hay ciertas historias que duelen tanto que la vida parece una broma de mal gusto, queriendo dar pasos hacia delante pero encorsetada por una situación que yo había decidido. 

Aunque sería simplificar resumir a mis compañeros de aventura sólo nombrándole a él. Pasaron muchas personas a mi alrededor que tuvieron diferentes impactos en mí. Habré olvidado a algunos, a otros les recuerdo con cariño y algunos siguieron en mi vida cuando abandonamos el submarino. Cada uno lo hizo a su ritmo, no era sencillo estar preparado para volver a la realidad. 

Dentro del submarino compartimos alegrías y tristezas, de manera intensa, como si todo se fuera a acabar mañana o el submarino nunca fuera a volver a la superficie. Nuestro mundo estaba dentro y dentro era nuestro mundo. 

Sería injusto no nombrar al chico de la sección química del submarino, al que conocí por casualidad y por el que hubiera abandonado el submarino si él me lo hubiera pedido. No lo hizo y tardó mucho en darse cuenta de que había una conexión entre los dos. Una conexión que puede que sólo estuviera, y esté, en mi mente. La historia, o la no historia, que tuvimos, o que tenemos, continuó, o reempezó, fuera del submarino. Por eso mejor te la cuento otro día y hoy sigo con mis años en el submarino.

Fueron años en los que crecí, aprendí de máquinas y de electricidad, conocimientos técnicos y cómo afrontar problemas sin solución.  Aprendí lo que es la amistad y lo que no lo es, a intentar reconocer quien merece la pena y quien no. Descubrí el amor y el dolor. Ver el lado romántico de los errores cambió mi percepción de la vida. 

Y entender el fracaso como símbolo de lucha. Pelear y seguir peleando, enfrentarme sin miedo a lo inesperado y asumir que fracasar no es el fin del mundo.

Demasiadas lecciones aprendí en el submarino nuclear en el que decidí entrar sin estar segura, en el que sufrí y dije que había sido un error, al que si volviera a nacer, volvería a entrar. 

Le debo mil experiencias, le debo ser capaz de mirar a los ojos de los problemas y de las dudas sabiendo que podré pelearas y que si no sé, al menos podré intentarlo. Le debo amistades eternas que me siguen acompañando, que saben que seguramente cambié estando dentro del submarino, pero no tuvo que ser a peor. Le debo cicatrices en mi corazón y recuerdos mágicos. Sobre todo, le debo, el paso de la adolescencia a la vida adulta perdiéndome y encontrándome y volviéndome a perder. En parte le debo la persona que soy, que sería distinta sin haber decidido encerrarme. 

Salir del submarino fue un paso difícil, un nuevo cambio de etapa, y hasta necesité una transición antes de ser capaz de empezar un nuevo mundo. 

A veces miró al mar e imaginó a mi submarino bajo el agua, cambiando vidas e historias, creando ilusiones y destrozando otras. 

A veces repaso y recuerdo aquellos años, lo bueno y lo malo, y tengo claro que fue importante para mí, aprendí a vivir y mucho más y si hoy disfruto y valoro las vistas de la ventana de mi habitación es porque hubo un tiempo en el que no las tuve. 


Vértigo