viernes, 22 de agosto de 2014

Despintando a Cezanne


A veces me pregunto qué ocurriría si me saltara todas las normas y apostará algo más que tus ahorros en las partidas de cartas. 

Cuando me imaginas, sé que lo haces sentado en una mesa, con mi sombrero de siempre, la pipa en mi boca y la botella de vino casi vacía, apostando mis ahorros, los tuyos y los de una familia que jamás tendremos.

El gesto serio que, según dices, nunca dejo de tener, concentrado intentado cambiar rumbos y fracasos, luchando, a mi manera, por nosotros. Mientras piensas que me vuelvo a equivocar, que debería dejar las cartas y los sueños, que tendría que llegar antes a casa a dormir contigo, a lavar esa vieja chaqueta que tan poco te gusta y a recoger la ropa tendida.

A veces quiero apostar mi vida en algunas partidas. Ponerla sobre la mesa y que se la lleve el mejor jugador, que quien mejor juegue sus cartas se haga con todo lo valioso que hay en mi vida.

El pensamiento me lleva a analizar lo bueno de mis días y de mis noches, lo que hace que consiga levantarme y que evite que me suicide cada noche.  Porque algo tiene que haber, yo que siempre pensé en morir joven y en no convertirme en un hombre gris que fracasa en todo lo que intenta, sigo viviendo y jugando partidas de cartas sin corazón.

No me cuesta encontrar el motivo por el que sigo vivo. Eres tú. Me rescataste del abismo y del dolor, abriste la ventana para que entrara el sol y cerraste por las noches para que no entraran las pesadillas. Me quisiste como nunca nadie lo había hecho y te quise con todo el alma que no tuve.

A veces me pregunto qué pasaría si apostara mi vida y ahora me doy cuenta de que te perdería a ti. Lo he entendido demasiado tarde.

Ayer, sin ser consciente, te aposté y te perdí. 

Hoy cuando vuelva a casa ya no estarás y no te podré culpar. Te habrás marchado con alguien que supo jugar mejor sus cartas que yo. Los dos sabemos que no era difícil. 


Vértigo