martes, 14 de octubre de 2014

Petición

Se puso de rodillas, nos contó ella, y sacó una cajita de esas que sabes que tienen un anillo. Le pidió formalmente matrimonio y ella le dijo que sí y le besó. Nos lo cuenta con la mirada ilusionada, con el anillo en el dedo, mientras le mira como si estuviera enamorada.

No digo que no lo esté, sólo que fuerza su cara, que quiere que quede evidente que hay amor entre ellos y que él es un romántico que se puso de rodillas en un lugar precioso para pedir su mano en el momento perfecto en el que ella diría que sí.

Les miro desde mi silla en la mesa. Nos acaban de invitar a cenar, han sacado aperitivos ricos, buen vino y hay postre especial. No es una noche cualquiera, es la noche en la que nos anuncian su boda.

Sonrío, les doy la enhorabuena, miro el anillo y comparto su ilusión. Empezamos a hablar de fecha, de lugar, de despedidas, de vestidos blancos. 

Quizás en otra vida fui una novia con un vestido pomposo de princesa y quizás fracasó mi cuento de hadas. Quizás por eso prefiero ranas que sigan siendo ranas y no sueño con príncipes que se arrodillen ante mí.

Porque seguramente, eso sea lo que menos me guste de esta historia, que sea él el que tenga que preguntar, el que dé el paso, el que lleve el anillo, el que tenga que pedir una mano. 

Les miro de nuevo y veo la complicidad en sus ojos, el amor, la confianza. Podré compartir ideas o no hacerlo, pero puedo entender la decisión. 

Vuelven a hablar de la pedida, del anillo, de la sorpresa. Él suena tan hombre. Ella tan mujer. Y a mí me parece tan falso todo. Ni él es más hombre por pedir una mano ni ella más mujer por tener que esperar una pregunta. Sólo son dos personas jurándose amor eterno, como si eso pudiera jurarse. 

Repaso su historia en mi cabeza mientras seguimos brindando, planeamos y ponemos la mente en un futuro que ya está llegando. Se conocieron al empezar la universidad y antes de darse cuenta eran una pareja estable. 

Siguieron los caminos marcados, conociéndose y queriéndose, descubriéndose y amándose, sabiendo que la vida era para estar juntos. Ella empezó a hablar de futuro, a planear, a tomar las decisiones que debían seguir. Él se dejaba llevar, con mirarla a los ojos sabía que todo iría bien. 

Terminaron los estudios, empezaron a trabajar, cambiaron sus rutinas sin cambiar ellos. Hipotecaron su vida y sus ahorros juntos, comprobaron que la convivencia no acababa con sus sueños. Y ella siguió viendo su futuro, su vestido blanco, las palabras de amor correctas. Y decidió cuando querría casarse. Él, en sus nubes, feliz de casarse con ella, cuando ella quisiera, como ella quisiera. 

Le imagino buscando el anillo perfecto. Tratando de recordar palabras que ella le dijera durante los años pasados, angustiándose por si no le gustara, dudoso de si debería gastar tanto dinero, si un anillo va a demostrar su amor o es mejor los buenas noches de los domingos. 

Seguramente, ella hace tiempo le había dicho cuando debería ser la petición, para tener tiempo para preparar la boda de sus sueños. Seguramente él anotó esa fecha en su mente, esperando hacerla feliz. Y yo me pregunto para qué tanto esfuerzo, para que tanto teatro. Si ella lo tenía claro y ella decidía, ¿por qué no fue ella la que le propuso matrimonio?.

No digo nada. Sigo sonriendo y brindando, pensando en el vestido que me compraré para ir a la boda, en ahorrar dinero para el regalo y la despedida. En amores y en errores, en sociedades que no avanzan, en igualdades que no llegan, en luchas que no hay que abandonar. 

Quizás en otra vida me pidieron matrimonio de rodillas y no entendí la escena. Quizás me negué a llevar anillos de compromiso y alianzas que me hagan sentir que tengo dueño. Quizás por eso creo en sentimientos  y no en papeles, en personas y no en hombres y mujeres.

Sigo observando, como las chicas miran el anillo y los chicos hacen que ven el fútbol, aunque realmente hablan de si irán en traje o en chaqué. 

Te acercas y me devuelves a la realidad, me dices que me vas a sacar a bailar, me coges la mano y me levantas. Te miro con dudas, me agarras la cintura y me dices que no ibas a seguir esperando a que yo me decidiera a sacarte. 

Bailamos, nos miramos, quizás hasta nos queremos. A nuestra manera, a nuestro ritmo. Me dices que deje de juzgar otras historias, que cada uno escribe la suya como quiere y que lo que importa es como escribiremos la nuestra. Te voy a rebatir y lo sabes, te iba a decir que no hay que abandonar las luchas, pero me besas y no me dejas hablar. Me dices que ya lo sabes. 

Seguimos bailando, desapareciendo en medio de un escenario en el que no encajamos. Teniendo que mordernos la lengua, pero alegrándonos de compartir  alegrías. 

Camino de casa hacemos un intento de hablar del futuro, pero no conseguimos ir más allá de esta noche en la que compartiremos besos y sueños. Mañana ya se verá. 

Duermo pensando en el día, en los papeles, en el rol que debemos jugar. Y me digo que qué más da, que si un hombre quiere pedir matrimonio que lo haga, y que si una mujer quiere, que lo haga. Nada más consigo que entre en mi cabeza. 

Abres los ojos y me encuentras despierta. Me dejas que me acurruque y me besas. Te digo que no seamos la pareja que se espera. Y me contestas que me deje de tonterías, que seremos la pareja que queramos ser.


Vértigo


3 comentarios:

Leire dijo...

Lo mejor es eso, ser siempre los que queramos ser.

Saludos

laoyente dijo...


Que cada uno lo viva como más le gusta, no soy partidaria del matrimonio, pero...allá cada cual con su felicidad o su apariencia;)

Pasan los años y me siguen encantando tus textos:)

Ehse dijo...

Supongo que lo bonito también es eso, que cada uno lo vive de forma distinta, como más le gusta.

Un abrazo!