PINTAUÑAS
Me acabo de pintar las uñas y ahora mismo mi único objetivo es no estropearlas. Tratarlas con cuidado, evitando que se rocen.
Son de un color raro, un violeta con brillos. Lo compré hace meses y me sigue gustando.
Si
lo miras por encima parece formal, del tipo de pintauñas que puedes llevar a
una entrevista. Si lo miras de cerca, verás que no lo es tanto y que también es
perfecto para un viernes por la noche.
Mañana
iré con él, si consigo que no se estropee. Me cuesta quedarme quieta, parar, no
moverme.
Cuanto
más pienso que lo mejor es respirar, tomar aire, detenerme y esperar, más
necesito estar en movimiento. Aunque tras la espera el resultado sea bueno. No
consigo poner mi vista lejos y sólo pienso en el ahora.
Y
ahora estoy parada.
Si
me preguntas no lo admitiré con esas palabras. Hablaré de búsquedas, de
esperas, de un buen momento.
No
sé si entenderás de qué hablo.
Mira,
parece que están quedando bien y que está mereciendo la pena este tiempo y lo
que tardé en aprender.
No
nací sabiendo, ni a pintarme las uñas ni a esperar. Hace no demasiado
necesitaba ayuda, alguien a mi lado que se encargara de que todo fuera
perfecto. Recuerdo esos días como
especiales, luciendo mis uñas recién pintadas como algo extraño. No como ahora,
que son mi día a día y parece que me traiciono si las llevo sin pintar.
Pasé
años sin tiempo para pintarme las uñas, para mirar por la ventana, para
respirar, para parar. Y quizás me quejé alguna vez de aquella vida, de esa
ausencia de tiempo, de esa falta de aire.
Me
costaba mirar lejos, pensar en un futuro que no llegaba, encontrar el camino
hacia mí misma. Me costaba saber quién era. Aunque siempre traté de encontrar
algo de tiempo para sentarme con un boli y mirar de otra manera. Nunca el
suficiente. Nunca el que quizás me hacía falta.
Nunca
pensé que tendría ese tiempo y que lamentaría haberlo deseado.
Se
acabó una etapa y esperaba que llegara otra en la que el tiempo siguiera siendo
valioso.
Llegó
otra etapa, no la que esperaba. Y cambió mi concepto del tiempo, lo cambió
todo.
Empecé
a recordar de otra manera los días bajo el flexo, las noches de nervios, los
meses sin calma.
La
vida era diferente.
Las
percepciones, los sentimientos, las acciones eran distintas. La situación era
otra, aunque no sé si yo también lo era.
Iba
con las uñas sin nada, con zapatillas casi siempre, con el pelo de colores. Me
encontraba y me perdía en cada tinte. Caminaba por pasillos sin buscar mi sitio
pero siempre parecía que lo buscaba, siempre sonreía.
Es
cierto, me acostumbre a sonreír.
Aprendí
muchas cosas aquellos años: conceptos, ideas, filosofías, leyes, teoremas,
principios, fórmulas y sueños.
Aprendí
a enfrentarme a los problemas sin miedo, sabiendo que cada problema es un mundo
y hay que atacarle con valor, centrándome en buscar la solución, o en demostrar
que no la hay. Porque no siempre la hay. Nunca asustándome ante algo nuevo, ante
algo distinto, ante primeras veces.
Descubrí
los errores, las equivocaciones, la imperfección, asumiendo que la vida no era
tan rosa como yo creía ni tan negra como me la quisieron pintar. En los
pasillos pude encontrar destellos de felicidad y punzadas venidas desde el
infierno.
Perdí
el miedo al folio en blanco, a las preguntas sin respuesta, a las respuestas
sin pregunta, a las dudas y a las certezas, a las incertidumbres y los
vértigos. Perdí esos miedos, o al menos fingí superarlos durante un tiempo,
aunque ahora creo que nunca se superan. Igual que hay problemas que no se
solucionan.
Mis
días buenos, mis días malos, mi cara como espejo del alma. No quería que lo
vieras, ni que las aulas supieran más de mí que yo misma. Era un problema y
aprendí a sonreír permanentemente.
Daba
igual que hubiera pasado, que fuera un día con sol o no parara de llover, que
aprobara o suspendiera, que tuviera dudas o fuera de tu mano, que el mundo
girara o se acabar de parar; siempre sonreía, siempre tenía una palabra
optimista, al verme siempre pensarías que era un buen día.
Había
un problema, mi transparencia y encontré una solución, mi sonrisa.
Parecía
un éxito, un objetivo conseguido. No pensé en consecuencias, en implicaciones,
en remedios peores que enfermedades. No consideré que me engañaba ni que te
engañaba a ti.
Y
quizás de la peor de las maneras aprendí otra lección. Cada sonrisa no
auténtica era una lágrima, hasta que me quedé sin lágrimas y el dolor empezó a
no aguantarse.
Las
cosas volvieron a cambiar, tuve que buscar lágrimas para mis ojos y sonrisas
para mi cara.
Los
mismos pasillos que me las quitaron me las devolvieron. Se cerró un círculo y
empezó una banda de Moebius fuera de sus aulas.
Fueron
años intensos. No de la manera que soñé ni de la que esperaba, pero intensos
igualmente.
Al
terminar no sé que quedaba en mí de aquella niña que se matriculó unos cuantos
años antes y que soñaba por las noches. Seguramente la costumbre de encontrarse
y de perderse.
La
etapa acabó con mis uñas sin pintar, dispuesta a seguir con ellas así.
Pero
aprendí a pintarlas. Mira, parece que siguen bien.
Ahora
que lo pienso, no fue mía la decisión de aprender. Me vino impuesta por unas
circunstancias que nunca imaginé, por un mundo gris que se empeñaba en volverme
sin color. Los días sin sol fueron meses sin sol y tuve que encontrar la luz
que necesitaba en otra parte.
Y la
encontré. Igual que un día encontré una sonrisa auténtica con la que evitar
días malos, encontré color en mis uñas para amortiguar impactos no esperados.
El
tiempo se paró. La calma llegó a mi vida. Las ventanas por la que apenas podía
mirar siempre estaban abiertas para mí. Tuve que volver a adaptarme, tuve que
encontrar otro ritmo, tuve que aprender.
Aprendí
muchas cosas aquellos meses. Aprendí ideas, prácticas, filosofías, sentimientos,
programas, lecciones y perspectiva.
Aprendí
a resolver problemas sin enunciado, a encontrar soluciones sin solución, a buscar
incógnitas en las paredes y respuestas en mis pisadas.
Aprendí
a respirar, a leer con sentimiento, a pasear sin rumbo ni destino, a hablar sin
objetivo, a estar a tu lado sin que me necesitaras, a observar cuadros
sintiendo, a escribir desde las entrañas, a mandar correos sin fin y a pasar
noches infinitas
Aprendí
a ponerme un pantalón de vestir, una blusa elegante, unos pendientes formales y
una sombra de ojos sobria; disimulando mi pelo despeinado, mis camisetas de
colores, mi mirada perdida. Aparentando ser otra persona, la persona que
buscas, la que se merece tu atención.
Todo
parecía indicar que volvería a traicionarme, que un simple pantalón me volvería
a hundir, la historia se repite, con tiempo o sin él, yo seguía sin encontrar
la solución.
Aprendí
a pintarme las uñas. Tener tiempo me permitió aprender, descubrir un mundo de
colores, un mundo de posibilidades.
Mi
blusa de vestir, mi mirada formal y mis uñas pintadas. En mis uñas me encontré,
que al menos algo siguiera siendo mío, que se viera quien era yo. Puedo ser una
persona formal si es lo que quieres, pero sigo siendo yo, con mis uñas de
colores y mi mirada ausente. No hago un papel, lo que ves es lo que soy. Y
puede que hasta sea lo que buscas.
Miro
mis uñas pintadas y recuerdo estos meses, en los que tuve tiempo para aprender
tantas cosas… Reconozco que nunca soñé con meses de desempleo, como sabes pensé
que tras terminar la carrera empezaría a trabajar, una etapa tras otra, pasar
de no tener tiempo a no tener tiempo.
No
imaginé una etapa intermedia, con tiempo, con dudas, con museos, con vértigo,
con preguntas, con paseos, con incertidumbre, con aperitivos, con miedos, con
cines, con sueños raros, con cursos, con sitio pero sin lugar, con filas del
paro, con uñas pintadas.
No
pensé que aprendería a pintarme las uñas y ahora si las llevo sin pintar creo
estar traicionando aquella etapa, que no fue la que esperaba pero puede que sí
la que necesitara.
Alguien
me dijo que la vida está llena de etapas. Una etapa fue la escuela, otra el
tiempo sin trabajo y otra empieza mañana.
Mira
mis uñas. Han quedado bien. Ya te dije que era un color raro pero me gusta. Encima de la silla puedes ver el pantalón de
vestir y la blusita violeta a juego con las uñas. En la mesa está el maquillaje
y la sombra de ojos clarita, el brillo de labios y los pendientes elegantes.
Vestida así también soy yo, con mis uñas pintadas y mi sonrisa auténtica. No me
traiciono, no me engaño, no te engaño. Puedo empezar la nueva etapa.
Mañana
es mi primer día de trabajo.
Vértigo
4 comentarios:
Tener algo que nos caracteriza siempre es un gran paso para sentirse bien. En este caso las uñas, violetas quizás como el color de estas letras que nos dejas :-)
A veces pasamos etapas de ausencias que nos sirven para recordar quién somos y para seguir siendo nosotros mismos.
Un abrazo.
Oski
No sabes qué identificada me he sentido con algunas partes del texto. Textazo!!!!
Un beso.
Es realidad todo esto que escribes?
Leerte y reconocerme. Sin palabras.
Besos
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