martes, 19 de junio de 2012

Pintauñas

Recuperando un relato que escribí hace no mucho... recuperando la ilusión...


PINTAUÑAS


Me acabo de pintar las uñas y ahora mismo mi único objetivo es no estropearlas. Tratarlas con cuidado, evitando que se rocen.


Son de un color raro, un violeta con brillos. Lo compré hace meses y me sigue gustando.

Si lo miras por encima parece formal, del tipo de pintauñas que puedes llevar a una entrevista. Si lo miras de cerca, verás que no lo es tanto y que también es perfecto para un viernes por la noche.

Mañana iré con él, si consigo que no se estropee. Me cuesta quedarme quieta, parar, no moverme.

Cuanto más pienso que lo mejor es respirar, tomar aire, detenerme y esperar, más necesito estar en movimiento. Aunque tras la espera el resultado sea bueno. No consigo poner mi vista lejos y sólo pienso en el ahora.

Y ahora estoy parada.

Si me preguntas no lo admitiré con esas palabras. Hablaré de búsquedas, de esperas, de un buen momento.

No sé si entenderás de qué hablo.

Mira, parece que están quedando bien y que está mereciendo la pena este tiempo y lo que tardé en aprender.

No nací sabiendo, ni a pintarme las uñas ni a esperar. Hace no demasiado necesitaba ayuda, alguien a mi lado que se encargara de que todo fuera perfecto.  Recuerdo esos días como especiales, luciendo mis uñas recién pintadas como algo extraño. No como ahora, que son mi día a día y parece que me traiciono si las llevo sin pintar.

Pasé años sin tiempo para pintarme las uñas, para mirar por la ventana, para respirar, para parar. Y quizás me quejé alguna vez de aquella vida, de esa ausencia de tiempo, de esa falta de aire.

Me costaba mirar lejos, pensar en un futuro que no llegaba, encontrar el camino hacia mí misma. Me costaba saber quién era. Aunque siempre traté de encontrar algo de tiempo para sentarme con un boli y mirar de otra manera. Nunca el suficiente. Nunca el que quizás me hacía falta.

Nunca pensé que tendría ese tiempo y que lamentaría haberlo deseado.

Se acabó una etapa y esperaba que llegara otra en la que el tiempo siguiera siendo valioso.

Llegó otra etapa, no la que esperaba. Y cambió mi concepto del tiempo, lo cambió todo.

Empecé a recordar de otra manera los días bajo el flexo, las noches de nervios, los meses sin calma.

La vida era diferente.

Las percepciones, los sentimientos, las acciones eran distintas. La situación era otra, aunque no sé si yo también lo era.

Iba con las uñas sin nada, con zapatillas casi siempre, con el pelo de colores. Me encontraba y me perdía en cada tinte. Caminaba por pasillos sin buscar mi sitio pero siempre parecía que lo buscaba, siempre sonreía.

Es cierto, me acostumbre a sonreír.

Aprendí muchas cosas aquellos años: conceptos, ideas, filosofías, leyes, teoremas, principios, fórmulas y sueños.

Aprendí a enfrentarme a los problemas sin miedo, sabiendo que cada problema es un mundo y hay que atacarle con valor, centrándome en buscar la solución, o en demostrar que no la hay. Porque no siempre la hay. Nunca asustándome ante algo nuevo, ante algo distinto, ante primeras veces.

Descubrí los errores, las equivocaciones, la imperfección, asumiendo que la vida no era tan rosa como yo creía ni tan negra como me la quisieron pintar. En los pasillos pude encontrar destellos de felicidad y punzadas venidas desde el infierno.

Perdí el miedo al folio en blanco, a las preguntas sin respuesta, a las respuestas sin pregunta, a las dudas y a las certezas, a las incertidumbres y los vértigos. Perdí esos miedos, o al menos fingí superarlos durante un tiempo, aunque ahora creo que nunca se superan. Igual que hay problemas que no se solucionan.

Mis días buenos, mis días malos, mi cara como espejo del alma. No quería que lo vieras, ni que las aulas supieran más de mí que yo misma. Era un problema y aprendí a sonreír permanentemente.

Daba igual que hubiera pasado, que fuera un día con sol o no parara de llover, que aprobara o suspendiera, que tuviera dudas o fuera de tu mano, que el mundo girara o se acabar de parar; siempre sonreía, siempre tenía una palabra optimista, al verme siempre pensarías que era un buen día.

Había un problema, mi transparencia y encontré una solución, mi sonrisa.
Parecía un éxito, un objetivo conseguido. No pensé en consecuencias, en implicaciones, en remedios peores que enfermedades. No consideré que me engañaba ni que te engañaba a ti.

Y quizás de la peor de las maneras aprendí otra lección. Cada sonrisa no auténtica era una lágrima, hasta que me quedé sin lágrimas y el dolor empezó a no aguantarse.
Las cosas volvieron a cambiar, tuve que buscar lágrimas para mis ojos y sonrisas para mi cara.

Los mismos pasillos que me las quitaron me las devolvieron. Se cerró un círculo y empezó una banda de Moebius fuera de sus aulas.

Fueron años intensos. No de la manera que soñé ni de la que esperaba, pero intensos igualmente.

Al terminar no sé que quedaba en mí de aquella niña que se matriculó unos cuantos años antes y que soñaba por las noches. Seguramente la costumbre de encontrarse y de perderse.
La etapa acabó con mis uñas sin pintar, dispuesta a seguir con ellas así.

Pero aprendí a pintarlas. Mira, parece que siguen bien.

Ahora que lo pienso, no fue mía la decisión de aprender. Me vino impuesta por unas circunstancias que nunca imaginé, por un mundo gris que se empeñaba en volverme sin color. Los días sin sol fueron meses sin sol y tuve que encontrar la luz que necesitaba en otra parte.
Y la encontré. Igual que un día encontré una sonrisa auténtica con la que evitar días malos, encontré color en mis uñas para amortiguar impactos no esperados.

El tiempo se paró. La calma llegó a mi vida. Las ventanas por la que apenas podía mirar siempre estaban abiertas para mí. Tuve que volver a adaptarme, tuve que encontrar otro ritmo, tuve que aprender.

Aprendí muchas cosas aquellos meses. Aprendí ideas, prácticas, filosofías, sentimientos, programas, lecciones y perspectiva.

Aprendí a resolver problemas sin enunciado, a encontrar soluciones sin solución, a buscar incógnitas en las paredes y respuestas en mis pisadas.

Aprendí a respirar, a leer con sentimiento, a pasear sin rumbo ni destino, a hablar sin objetivo, a estar a tu lado sin que me necesitaras, a observar cuadros sintiendo, a escribir desde las entrañas, a mandar correos sin fin y a pasar noches infinitas

Aprendí a ponerme un pantalón de vestir, una blusa elegante, unos pendientes formales y una sombra de ojos sobria; disimulando mi pelo despeinado, mis camisetas de colores, mi mirada perdida. Aparentando ser otra persona, la persona que buscas, la que se merece tu atención.

Todo parecía indicar que volvería a traicionarme, que un simple pantalón me volvería a hundir, la historia se repite, con tiempo o sin él, yo seguía sin encontrar la solución.
Aprendí a pintarme las uñas. Tener tiempo me permitió aprender, descubrir un mundo de colores, un mundo de posibilidades.

Mi blusa de vestir, mi mirada formal y mis uñas pintadas. En mis uñas me encontré, que al menos algo siguiera siendo mío, que se viera quien era yo. Puedo ser una persona formal si es lo que quieres, pero sigo siendo yo, con mis uñas de colores y mi mirada ausente. No hago un papel, lo que ves es lo que soy. Y puede que hasta sea lo que buscas.

Miro mis uñas pintadas y recuerdo estos meses, en los que tuve tiempo para aprender tantas cosas… Reconozco que nunca soñé con meses de desempleo, como sabes pensé que tras terminar la carrera empezaría a trabajar, una etapa tras otra, pasar de no tener tiempo a no tener tiempo.

No imaginé una etapa intermedia, con tiempo, con dudas, con museos, con vértigo, con preguntas, con paseos, con incertidumbre, con aperitivos, con miedos, con cines, con sueños raros, con cursos, con sitio pero sin lugar, con filas del paro, con uñas pintadas.

No pensé que aprendería a pintarme las uñas y ahora si las llevo sin pintar creo estar traicionando aquella etapa, que no fue la que esperaba pero puede que sí la que necesitara.

Alguien me dijo que la vida está llena de etapas. Una etapa fue la escuela, otra el tiempo sin trabajo y otra empieza mañana.

Mira mis uñas. Han quedado bien. Ya te dije que era un color raro pero me gusta.  Encima de la silla puedes ver el pantalón de vestir y la blusita violeta a juego con las uñas. En la mesa está el maquillaje y la sombra de ojos clarita, el brillo de labios y los pendientes elegantes. Vestida así también soy yo, con mis uñas pintadas y mi sonrisa auténtica. No me traiciono, no me engaño, no te engaño. Puedo empezar la nueva etapa.

Mañana es mi primer día de trabajo.

Vértigo

4 comentarios:

Tropiezos y trapecios dijo...

Tener algo que nos caracteriza siempre es un gran paso para sentirse bien. En este caso las uñas, violetas quizás como el color de estas letras que nos dejas :-)

A veces pasamos etapas de ausencias que nos sirven para recordar quién somos y para seguir siendo nosotros mismos.

Un abrazo.

Oski

Cuerpos a la deriva dijo...

No sabes qué identificada me he sentido con algunas partes del texto. Textazo!!!!

Un beso.

Anónimo dijo...

Es realidad todo esto que escribes?

candela dijo...

Leerte y reconocerme. Sin palabras.

Besos