Se besaron en la plaza mayor de aquella ciudad a la que habían llegado en busca de nuevas noches y mágicos sentimientos.
Al separarse ella le miró a los ojos mientras seguían abrazados. Le dijo "Te quiero" y él contestó "Yo también te quiero".
Era la escena perfecta. Un lugar precioso, un beso romántico y las palabras que siempre se dicen con el corazón. O al menos así las decían ellos, que se habían negado a decirlo hasta que no pudieron evitarlo más.
Aunque nunca habían creído en escenas perfectas. Su relación siempre había sido imperfecta, llena de dudas, de discusiones, de palabras medio dichas y silencios que no decían nada.
La casualidad les presentó y el destino se encargó de que sus miradas no fueran capaces de separarse.
Quedaron para rellenar una tarde de domingo aburrida, él llegó tarde y ella quería volverse a casa. Tuvieron que besarse para entenderse, discutir para amarse, y llorar para descubrir que habían tenido la suerte de encontrarse.
Una vida después se besaron en aquella plaza mayor y tuvieron su escena de cuento. Salieron de la plaza agarrados de la mano, sonriendo, diciendo que su historia ya podría ser escrita en los libros, que su amor ya estaba a la altura de lo que se suponía que debía ser.
Llegaron a otra plaza pequeña, con mendigos en las esquinas, con extraño olor y mal iluminada. Él agarró su cintura y le dio un beso. Ella le miró y fue a decir algo, pero antes de que pudiera él volvió a besarla y le dijo que se dejara de cuentos, de escenas perfectas, de besos de película y que le volviera a besar.
Salieron de su nueva plaza agarrados de la mano, recordando sus besos mágicos y hablando de aquel primer beso. "¿Fue al tercer intento o al segundo?", preguntó ella. Él dijo que no lo recordaba. Un beso, un abrazo y un te quiero no había sido tan fácil. Les entraba la risa, o alguno contestaba que tenía frío o que se les hacía tarde.
En cambio, en la segunda imperfecta plaza, el beso imperfecto había salido a la primera. Como siempre ocurría en su relación, los planes perfectos se volvían un desastre y los planes no planeados acababan siendo mágicos.
Siguieron deambulando por la ciudad, alegrándose de su imperfección perfecta, buscando plazas y silencios, queriéndose y odiándose y sin dejar de decirse que su amor no era de película, su amor solamente era de ellos.
Vértigo
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