Cada mañana al sacar las bragas del cajón mira el sujetador naranja con aro y copa. Hoy por fin lo coge y duda si ponérselo. Se pregunta si está preparada, si su cuerpo se lo permitirá, si todo cambiará al ponérselo.
Recuerda la última vez que se lo puso. Estaba embarazada de nueve meses y tenía cita en el hospital para inducir el parto. Aquella mañana se miró en el espejo en ropa interior. Su cuerpo parecía que no le pertenecía, que era hogar de una nueva vida, que ella estaba desaparecida. Pero realmente se sentía más ella que nunca, más intensa, más real. No sabía que ya no recuperaría su cuerpo, que ya no volvería a ser ella. En el hospital nacería su peque y ella renacería.
Ahora muchos meses después sabe algunas cosas y sabe que desconoce muchas más. Coge el sujetador y lo vuelve a mirar, todo lo que puede representar en sus manos.
Al salir del hospital todo había cambiado. Pensaba que estaba preparada para el postparto, para su cuerpo, para las hormonas, para la nueva vida. No lo estaba. Y menos para la lactancia y los malditos sujetadores de lactancia.
Llegaron las grietas, el enganche, las dudas de estar haciendo algo mal, la frustración de no saber. Se miraba en el espejo sin ropa y no se encontraba.
Y llegaron los refuerzos, las matronas con paciencia infinita, las compañeras de experiencia que la hicieron sentirse menos sola, que la ayudaron a entenderse, con las que hablar sin ocultarse, que se convirtieron en su apoyo.
Empezó a no mirarse en el espejo, a no preocuparse si se le corría el rimmel o las zapatillas estaban viejas o el sujetador de lactancia no le favorecía.
Ahora piensa que quizás olvidó ser mujer pero era necesario para empezar a aprender a ser madre. La duda permanente era si volvería a ser mujer, si encontraría el lugar en el que madre y mujer pueden convivir.
Estos meses ha ido dando pasos, ha ido descubriendo que puede disfrutar un concierto y echarle de menos a la vez. Y está bien. Recuerda aquel día que se pintó las uñas por primera vez en mucho tiempo y se sintió en el pasado, que por unos segundos olvidó que todo había cambiado.
Se viste con el sujetador de lactancia y se asusta al verse. Sabe que solo ella nota la diferencia pero no le gusta lo que ve. Se prueba su viejo sujetador y se siente fuerte, se siente con poder, se siente mujer. Pero al segundo le entra la tristeza, ¿estará siendo menos madre? ¿estará traicionando a su pequeño?
Se sienta en la cama y duda de todo. Todavía no ha dejado la lactancia, simplemente pensaba ponerse el sujetador para ir a trabajar y sentirse como antes. A veces echa de menos el antes. A veces se echa de menos.
Coge a su pequeño y se miran durante unos instantes. Nunca nadie la había mirado de esa manera, tan dulce, tan intensa, tan bonita. Y se vuelve a sentir fuerte, se vuelve a sentir ella.
Se pone el sujetador con aro y copa, una blusa con escote, los zapatos de tacón alto y se pinta los labios de rojo. Coge de nuevo a pequeño y baila con él por el salón. Se siente mujer y se siente madre. Y todo está bien.
Vértigo