miércoles, 21 de febrero de 2024

Sujetador

Cada mañana al sacar las bragas del cajón mira el sujetador naranja con aro y copa. Hoy por fin lo coge y duda si ponérselo. Se pregunta si está preparada, si su cuerpo se lo permitirá, si todo cambiará al ponérselo. 


Recuerda la última vez que se lo puso. Estaba embarazada de nueve meses y tenía cita en el hospital para inducir el parto. Aquella mañana se miró en el espejo en ropa interior. Su cuerpo parecía que no le pertenecía, que era hogar de una nueva vida, que ella estaba desaparecida. Pero realmente se sentía más ella que nunca, más intensa, más real. No sabía que ya no recuperaría su cuerpo, que ya no volvería a ser ella. En el hospital nacería su peque y ella renacería. 


Ahora muchos meses después sabe algunas cosas y sabe que desconoce muchas más. Coge el sujetador y lo vuelve a mirar, todo lo que puede representar en sus manos. 


Al salir del hospital todo había cambiado. Pensaba que estaba preparada para el postparto, para su cuerpo, para las hormonas, para la nueva vida. No lo estaba. Y menos para la lactancia y los malditos sujetadores de lactancia. 


Llegaron las grietas, el enganche, las dudas de estar haciendo algo mal, la frustración de no saber. Se miraba en el espejo sin ropa y no se encontraba. 


Y llegaron los refuerzos, las matronas con paciencia infinita, las compañeras de experiencia que la hicieron sentirse menos sola, que la ayudaron a entenderse, con las que hablar sin ocultarse, que se convirtieron en su apoyo.


Empezó a no mirarse en el espejo, a no preocuparse si se le corría el rimmel o las zapatillas estaban viejas o el sujetador de lactancia no le favorecía. 


Ahora piensa que quizás olvidó ser mujer pero era necesario para empezar a aprender a ser madre. La duda permanente era si volvería a ser mujer, si encontraría el lugar en el que madre y mujer pueden convivir. 


Estos meses ha ido dando pasos, ha ido descubriendo que puede disfrutar un concierto y echarle de menos a la vez. Y está bien. Recuerda aquel día que se pintó las uñas por primera vez en mucho tiempo y se sintió en el pasado, que por unos segundos olvidó que todo había cambiado. 


Se viste con el sujetador de lactancia y se asusta al verse. Sabe que solo ella nota la diferencia pero no le gusta lo que ve. Se prueba su viejo sujetador y se siente fuerte, se siente con poder, se siente mujer. Pero al segundo le entra la tristeza, ¿estará siendo menos madre? ¿estará traicionando a su pequeño?


Se sienta en la cama y duda de todo. Todavía no ha dejado la lactancia, simplemente pensaba ponerse el sujetador para ir a trabajar y sentirse como antes. A veces echa de menos el antes.  A veces se echa de menos.


Coge a su pequeño y se miran durante unos instantes. Nunca nadie la había mirado de esa manera, tan dulce, tan intensa, tan bonita. Y se vuelve a sentir fuerte, se vuelve a sentir ella. 


Se pone el sujetador con aro y copa, una blusa con escote, los zapatos de tacón alto y se pinta los labios de rojo. Coge de nuevo a pequeño y baila con él por el salón. Se siente mujer y se siente madre. Y todo está bien. 


Vértigo 

viernes, 9 de febrero de 2024

Ismael Serrano

 28 de enero 2024

Teatro Circo Price - Madrid


¿Te puedes arrepentir de lo que no has escrito? 


Yo me arrepiento de cada concierto al que he ido y no saqué tiempo para escribir unas líneas de las emociones vividas. También de los momentos más importantes de mi vida, que no plasmé en un papel, que no tengo un sentimiento escrito al que volver, que me da miedo que se pierda en el recuerdo la intensidad que sentí con el paso del tiempo. 


Hace más de una semana del concierto de Ismael Serrano y ya me parece que empiezo a perder detalles. Un concierto de Isma para mí es más que un concierto. Ya sabes que es la banda sonora de mi vida, que tengo la compañía perfecta con la que ir, que escuchamos vértigo y nos paramos en un abrazo eterno. 


Empecé a escuchar a Ismael Serrano siendo una niña y me ha ido acompañando cada etapa. Ahora ya no planeo unos vinos después, me marcho corriendo a casa donde me esperan las mejores sonrisas. Cada etapa ha sido especial y en cada momento las canciones de Isma sonaban. 


El 28 de enero era el segundo concierto de una nueva etapa de mi vida, una en la que los conciertos se han reducido y los juegos por el suelo lo invaden todo, en la que a veces parece que desaparezco y otras que soy más yo que nunca.


Me pinté los labios de rojo, como todas las noches de concierto. Nos sentamos en nuestras butacas dispuestas a disfrutar un concierto, asumiendo que después de tantos el factor sorpresa era imposible y tampoco nos importaba. Pero nos sorprendió. 


Ismael Serrano, que siempre digo que ya me sé los chistes, que conozco las anécdotas, que puedo terminar sus frases y sus canciones, creó un espectáculo diferente y a la vez más él que nunca, manteniéndose fiel a sus batallas pendientes, a sus traumas, a su sinceridad en la puesta en escena. 


De la gira que hizo con la voz en off de Elena Ballesteros critiqué (puede que sólo en mi cabeza) que resultaba encorsetado, que al estar grabada no dejaba espacio para aplausos, para improvisaciones, para espontaneidad. 


Esta vez mantiene cierta similitud con aquella gira pero dejando margen para los silencios, para la respuesta del público, para dejar que los sentimientos surjan. María Pascual se convierte en su alter ego perfecto llenando de frescura el escenario, creando un ambiente diferente. 


Aunque sabemos que todo es un guion, aunque podemos imaginar a Isma diciendo cada palabra, aunque parece que está hablando consigo mismo, todo parece natural, todo nos lo creemos. Somos espías de su conversación, de sus confesiones, sabiéndonos afortunados por compartir sus dudas, sus problemas, sus miedos. Como siempre en un concierto de Ismael Serrano, nos sentimos menos solos durante unas horas. 


Salí del concierto con sentimientos intensos, comentando camino del metro lo vivido, lo especial que fue. Y empezando a pensar en buscar el momento para plasmarlo en un papel.


Por suerte, hoy he conseguido encontrar el tiempo para intentar encerrar en este folio los recuerdos del sábado 28 de enero de 2024 y esta vez no me arrepentiré aunque el papel se quede pequeño para guardar tantos sentimientos 


Vértigo 





jueves, 1 de febrero de 2024

Carta de un rey mago


Estimado pequeño,

Soy el rey mago Baltasar, el rey favorito de tus padres.

Ya sé que tú todavía no tienes rey favorito pero cuando lo tengas, aunque no sea yo, estaré encantado de que me escribas también.

También sé que todavía no sabes leer y que tus padres tendrán que leerte esta carta. Seguro que encantados. Cuando descubras que leyendo se pueden descubrir lugares mágicos aprenderás corriendo.

Tus padres me han escrito una carta y me han pedido un regalito para ti. Me han contado muchas cosas, aunque me parece que podrían estar hasta el infinito hablando de ti. Te quieren mucho. Para ellos tú eres el mejor regalo.

He pasado el año observándote y has crecido y aprendido muchísimo. Cada día descubres algo nuevo y todo con mucha ilusión. Me encanta cómo miras al mundo.

¿Te han dicho que tienes una sonrisa preciosa? Puedes alegrar el día a cualquiera. Lo mejor es que es una sonrisa autentica, que se nota que eres feliz y que te lo pasas muy bien. Sigue así. Sigue disfrutando.

Te tengo que dar las gracias por todo. Ha sido un verdadero placer estar observándote este año viendo que estás dejando de ser un bebé y que cada día eres más niño, que te falta poco para dar tus primeros pasos, que cada día comprendes más, que juegas y vuelves a jugar.

Estoy deseando que me escribas una carta y yo espero seguir escribiéndotela muchos muchos años. Ojalá no pierdas nunca la ilusión.

Millones de besos

Baltasar

domingo, 1 de mayo de 2022

Todo está bien

Cuando todo se está hundiendo, ¿qué debes hacer?. Se lo preguntaba una y otra vez estando debajo de la manta. Él repetía que no hacía frío, que no había que poner la calefacción, que estaba en manga corta y estaba bien.


Y entonces ella escuchaba que estaba bien y empezaba a repetir que todo estaba bien. Alguna vez le dijeron que una mentira dicha tres veces se convierte en realidad. ¿Podría conseguir que todo estuviera bien si no dejaba de decirlo?


Quiso creerlo durante unos minutos pero ni acabándose el mundo y ella siendo tan negativa podía ser tan ingenua.


Miró la tele y aún estando apagada parecía que salía dolor de ella. El móvil mejor no tenerlo cerca, todo lo que podría leer le haría daño. Lo sabía. Mejor seguir debajo de la manta observando la tele sin encender. Lo que pudiera imaginar sería mejor que la realidad. ¿En qué momento la vida se convirtió en una película de terror? 


La pregunta de si quería tinto o blanco la volvió a sacar de sus pensamientos. ¿Vino? ¿Vino? En serio él era capaz de hablar de vino, con todo lo que estaba pasando. ¿Cómo podemos beber vino? ¿Cómo es posible brindar? Le parecía tan irreal, tan surrealista beber vino y celebrar mientras todo va cuesta abajo. Él volvió a mirarla, quizás sorprendido, o quizás no, ya estando acostumbrado. "¿Por qué no? ¿O has olvidado el confinamiento?", preguntó. Las malas cifras seguían creciendo y ellos crearon su mundo paralelo en el que sonreír, brindar y olvidar durante algunos instantes lo que sucedía fuera.


Pero, fue a decir, ella, pero repitió, pero... Y se quedó en bucle durante unos minutos diciendo pero. "¿Pero qué?", le dijo él. Nadie dudaba que todo fuera sumando, que el mundo cada día es un lugar más feo, que costaba ver la luz... Pero, le dijo él, pero repitió, "¿dónde está la optimista que me enamoró? ¿La que iba a trabajar todos los días sonriendo? ¿La que disfrutaba cada segundo y valoraba cada destello bueno? ¿Dónde queda que una noche de vino y peli podía ser mágica?"


Parecía que él preguntaba pero sintió que se lo preguntaba ella misma. Y que aunque le costara reconocerlo tenía razón.


Se imaginó en el Titanic, si fue cierto que los músicos siguieron tocando hasta el final. Y visualizó a los dos bailando mientras se hundía el barco. Mirándose a los ojos, besándose, pisándose y riendo. Rió en alto. "¿Por qué ríes?", le preguntó. Se sintió mal, pensó que en lugar de bailar debería ayudar, debería utilizar sus fuerzas para... ¿Para qué? El barco se iba a hundir igual y no podía hacer nada. Se sintió impotente. Como ahora, ¿qué podía hacer?


Parece que él le leyó el pensamiento y contestó antes de que pudiera terminarse la pregunta en su mente. "No vas a parar la guerra, no vas a curar enfermedades, no vas a evitar el cambio climático, no vas a conseguir la igualdad, no puedes hacer que tu gente sea eterna". ¿Algo podré hacer?, contestó ella. Claro que sí, siempre se puede ayudar, siempre se puede luchar, siempre. Pero... volvió a quedarse con el pero, pero esta vez paró antes y le miró. "Pero ya lo intentas y lo seguirás haciendo", le dijo él.


Pensó en levantarse y quitarse la manta, le parecía una capa protectora y tenía miedo de si al salir se rompería todo más. Así que se quedó dentro de ella, sintiéndose segura unos segundos. Triste también, cómo no estarlo permanentemente. Feliz, también, cómo no sentirse afortunada.


Le dijo que tinto y que esta noche nada de poner el telediario, que una película mala de amor, o quizás una peli de disney. Bueno, mejor disney no, que no dejó de llorar con Coco y no quería lágrimas. Él la miró, sonrió y le pregunto "¿Eso quiere decir que no te vas a mover y me toca prepararlo todo?". Ella sonrío, por supuesto la respuesta era que sí. Pero también era cierto que debajo de la manta había hueco para él, para que se sintiera también protegido, para que pudieran luchar contra el miedo juntos, para que pudieran pelear por el mundo que siempre soñaron. Y lo harán, claro que lo harán, aunque sea sufriendo unos días y otros con una copa de vino en la mano.


Vértigo



martes, 14 de diciembre de 2021

En el mismo edificio

Sabía que en cualquier momento se verían. Él ya le había enviado un mensaje avisándola, diciéndole que Madrid podría ser una ciudad enorme pero que iban a acabar trabajando en el mismo edificio. ¿Qué probabilidades había? Los dos, que se decían ser de ciencias, se sentían incapaces de imaginar que podría pasar, que después de una historia imposible sus destinos se volvieran a cruzar de una manera tan simple. Aunque llamar historia a su relación parecía cómico, pero llamarlo relación resultaba más trágico todavía. Nunca habían estado realmente juntos ni se habían planteado estarlo, los años habían ido determinando los pasos que iban dando y que normalmente les iban separando. Ella soñó hace una eternidad que acabarían casándose, que estaban predestinados a estar juntos, pero hacía demasiado que había asumido que no era así. Él parece que siempre lo tuvo más claro, quizás porque durante mucho tiempo tenerla ahí le daba cierta tranquilidad mientras seguía haciendo su vida y fracasando en otras relaciones. 


Ahora están delante el uno del otro, aunque sabían que algún día pasaría, no imaginaban que sería aquel día. Ella salía entre sus compañeras de trabajo riéndose de cualquier tontería y él estaba justo parado enfrente de la puerta. Le vió y dudó. Dudó de todo, hasta de sí misma. Pero le miró a los ojos y no diría que el mundo dejó de girar, pero esos ojos le dieron miedo. Las mascarillas estaban tapando la mitad de sus caras y sólo podían imaginar sus sonrisas. 


Se quedaron parados, quietos, inmóviles. Dirán que era el coronavirus, que ya no se pueden dar dos besos, que todo ha cambiado. Pero ella no podrá mentirse, y sabe que no se acercó porque no quería tenerle cerca, no quería olerle, no quería comprobar si seguía habiendo química, no quería volver a ser la chica insegura que soñaba con él ni la mujer peligrosa que jugó con fuego. No quería ser nada de lo que fue cuando él había estado cerca. 


Tiene claro que nada volverá atrás, que su tiempo ya pasó, pero el miedo a sentirse de nuevo como en el pasado hizo que mantuviera la distancia de seguridad, que no pudieran transmitirse el coronavirus ni tampoco la conexión que un día tuvieron. 


Unas pocas palabras, un me alegro de verte, un ya nos veremos otro día que hoy tengo prisa y ya. Se separaron y ella siguió su camino. Sus compañeras preguntaron quién era pero cómo explicar una no historia tan larga, cómo decirles que no siempre ha estado orgullosa de quién fue, cómo aceptar errores del pasado y confesar que quizás nunca se arrepintió de cometerlos. Lo resumió con un "mi amor platónico de toda la vida" y con que la última vez que se vieron las circunstancias fueron muy diferentes. No quiso darles más detalles, no quiso confesarse. 


En su cabeza, vinieron imágenes de aquella última vez, en la que no había mascarilla ni ropa, ni mantuvieron distancias aunque quizás deberían haberlo hecho. Desde entonces habían seguido en contacto con mensajes, escribiéndose alguna vez, felicitándose los cumpleaños, pensando que no se volverían a ver y que tampoco hacía falta. Pero tenerse delante les recuerda a los dos que podrían seguir escribiéndo capítulos si quisieran, que podrían quedar a la salida, que un vino podría llevar a otro y acabar en alguna casa no sería tan raro. Aunque quizás sea un poco estúpido pensar que compartir edificio de oficinas va a cambiar su rumbo, podrían haber quedado estos años, podrían haber vuelto a cometer errores, podrían haber creado una historia, una relación, algo entre ellos que fuera de verdad. No es culpa de ninguno que no, o es culpa de los dos, o es lo mejor para todos. Cruzarse no debería cambiar nada, cada uno debería seguir como siempre.


Pero quizás verse lo cambie todo. En el camino a casa ella dudará si escribirle, si decirle que le debe dos besos, si volver a jugar. Siempre ha sentido que estaba la posibilidad y ahora parece más real. Mentiría si dijera que no se siente tentada, que se pregunta cómo respondería él si ella lanza la piedra y quien de los dos terminaría el juego esta vez.


Llega a casa donde espera su montaña rusa constante, el que apareció después de la última vez que se vieron y por el que decidió no seguir quedando con él, con el que sí que tiene una historia, una relación, una vida por la que merece la pena apostar. 


Se siente estúpida por sus pensamientos del día, por creer que sería capaz de volver a caer en sus brazos, por pensar que dos besos la iban a tambalear, por dudar de la persona que es ahora. Le enviará un mensaje, sí, porque le gustó verle, porque le gusta seguir sabiendo de él, le hace sentir menos mal que aquellos errores fueron por alguien que sigue en su vida, por alguien que le importa. Pero ya no jugará. No quiere hacerlo, no quiere hacerlo con él. 


Se abraza a su montaña rusa y le dice que ha sido un día largo, que se encargue él de la cena, que no quiere pensar más, que un poco de vino y first dates si le parece bien. Él, que entiende que en su cabeza hay lugar para mil mundos, sabe que podrá dar todas las vueltas que necesite, con todos los fantasmas que aparezcan pero al final del día es con él con el que quiere estar y al que no va a traicionar. 


Vértigo


viernes, 11 de diciembre de 2020

Escribir (II)

No estás escribiendo nada, me dices. Sin pestañear, sin pensar en la dureza de tus palabras. Claro que estoy escribiendo, te contesto. 


Te ríes. ¿Por qué te ríes? te pregunto. ¿Qué te parece tan gracioso? Te vuelves a reír y sientes que dices la verdad. Te hablo de mi blog, de las últimas entradas, de mis historias a medias, de todo lo que tengo guardado en los borradores de mi correo, de mi cuaderno en la mesilla. Pones cara de no creerte nada y te vuelves a reír. Me dices que sí, que mucho cuaderno mono, que precioso el boli swarovski, que llevo mil años escribiendo las mismas historias en el blog, que aquel ex es más ficción que las series malas que veo en la tablet. La tablet, me reprochas, nunca la quisiste porque el teclado era importantísimo y ahora es lo que más enciendes. ¿Qué escribes con ella, eh? Me dices desafiante. ¿Por qué no escribes por las noches en lugar de perder el tiempo? ¿Por qué no sueltas todo lo que llevas dentro?


Te digo que lo intento, que mil veces por la calle imagino historias y las escribo en mi cabeza. Que tengo el relato perfecto que quiero dedicar a mi madre y que sólo me falta un empujón. Te recuerdo que mi novela sigue pendiente, que alguna vez tuvo un protagonista y que lo perdí pero lo volveré a encontrar. 


Me miras y te sigo sin convencer. Ya, ya lo sé, no sirve la excusa de este año imposible porque llevo ya varios años así, que parece que no arranco, que me guardo más de lo que debería, que me arrepiento de cada día que pasa que no escribo una palabra, que duele cuando escribo pero que duele más cuando no lo hago. 


No te ríes, ahora parece que me miras con preocupación. No, no me digas que me estoy traicionando, no lo digas. Sólo voy más despacio. Tengo claro que escribir es como respirar y que lo necesito, que da igual que publique algún día o no lo haga, que alguien me lea o que todo se pierda en el infinito. No importa. Lo necesito y me lo estás recordando. Todavía hay esperanza, ¿verdad?


¿Sigo siendo la misma? Me recuerdas que no es la pregunta correcta. Que claro que no soy la misma, que no me engañe, que he cambiado, he crecido y nunca fue un problema. Me dices que recuerde Vértigo, que piense si al mirarme en el espejo me reconozco. 


Y me doy cuenta que claro que lo hago, que si mi reflejo del espejo es capaz de regañarme por no escribir, de preocuparse si pierdo mi camino y de estar pendiente de mí es porque no lo estoy haciendo tan mal.


Dejo de mirarme en el espejo y me siento a escribir un rato.  Todo se ve mejor.


Vértigo



martes, 17 de noviembre de 2020

Casado y con dos niñas

Está tratando de entenderle. Le tiene enfrente y busca señales que no aparecen. No puede ser mala gente, se repite una y otra vez. Para ella simplemente es un compañero de trabajo, casado y con dos niñas, recién mudado a Madrid que trata de hacer amigos. Tiene sentido. 


Ha llegado en un momento raro, no hay cañas los jueves, ni cafés los lunes comentando el fin de semana, no hay ambiente en el trabajo. Cada uno se sienta delante de su ordenador en casa y hace su jornada eterna. Con suerte, en alguna videollamada pueden comentar el último partido de fútbol o hablar de alguna película. Pero no se llegan a conocer, es difícil conectar, parece imposible hacer amigos.


Ella entiende la situación, se cambió de trabajo estos meses y también siente que no está integrada en el equipo. Pero tiene a todo su mundo en Madrid, aunque preferiría que fuera diferente, sabe que puede esperar a conocer más a la gente de la oficina. Apaga el ordenador y puede volver a su vida. Aunque él tenga a su familia, puede suponer que siente un vacío, que quiera hablar con sus compañeros sobre algo más que el último informe. 


Él ya le había dicho varias veces de quedar a comer un sábado. Ella, siempre con su sonrisa, le decía que claro, que así conocería a su mujer y a sus hijas. Él parecía seguir con la idea de los dos solos. Al final, aceptó, porque podía o quería entenderle. Suponía que quería conocerla, que buscaba una amiga, alguien con quien hablar saliendo de su rutina. 


Ahora le tiene enfrente y no sabe por dónde empezar. Está tratando de entenderle pero quiere que él también la entienda a ella. Quiere que entienda que sólo ha aceptado la comida como amigos, que ni ha pensado que él podría querer algo más, que esa teoría le parecía tan tonta que ni se le pasó por la cabeza. Siempre tan insegura, siempre creyendo que no le puede gustar a nadie. Pero ahora él la está mirando a los ojos y duda sobre sus intenciones.


Y no quiere pensarlo. Mira la carta y hace un chiste malo. No puede aceptar que la situación es la que parece, que sus amigos tenían razón cuando la avisaron, que ha sido demasiado ingenua. Vuelve a pensar que quiere entenderle y que quiere que la entienda. 


Respira despacio y coge fuerzas. Se dice que las cartas sobre la mesa puede ser lo mejor, que no quiere confusiones, no quiere dar esperanzas, no quiere complicar su vida, su trabajo, con algo que tiene claro, y que si alguien se confunde será él en su cabeza pero no será por su culpa. Respira de nuevo y empieza su discurso, que siempre le ha dolido tanto, pero que decir en alto le sigue viniendo bien. 


Le cuenta su historia, que está divorciada, que le hicieron daño, que la destrozaron, que jugaron con ella, que una tercera persona participó, que le ha costado mucho superarlo, que sigue luchando y que sigue pensando que hay buena gente y que ella nunca engañaría ni participaría en un engaño. Aunque parezca un discurso, es la verdad, su verdad. 


Le mira y busca en sus ojos qué está pensando. Pero no lo descubre. Parece que la entiende, le dice que quiere que sigan quedando y ella se confunde. Pero piensa que quizás su discurso no era necesario, que él no buscaba nada y que todo será sencillo.


Siguen con la comida, con las risas, parece que están construyendo una amistad. Le dice que le parece que ella tiene un muro y que no hay quien lo atraviese. Le duele oírlo, sabe que lo ha tenido pero piensa que ya no, que está más abierta, que no está cerrada al amor, al que algún día vendrá. Se queda pensando. Y él la mira de nuevo despacio. Por su cabeza puede estar pasando cualquier cosa. Por el de ella sólo pasa la preocupación de no estar lista, el miedo a que aparezca la persona correcta y ella no se de cuenta. Respira de nuevo y trata de no agobiarse, poco a poco se dice, como ya se ha dicho muchas veces. El mundo está tan loco que lleva meses que ni se ha planteado que alguien pueda aparecer, así que se repite que calma. 


Metida en sus pensamientos mientras comía el postre el postre, al salir de ellos se dio cuenta que él la estaba observando. Normal pensó, puede que fuera un silencio incómodo aunque ella no se diera cuenta. Hace otro chiste malo y la conversación vuelve. Él parece más serio esta vez. Empieza a contarle que su matrimonio no funciona, que están juntos por las niñas, que no hay relación ya, que no hay amor. Parece que alarga el brazo buscando su mano. Ella no sabe qué pensar, no le entiende, no entiende nada. Pero reacciona apartando la mano, diciéndole que lo siente, que las relaciones son complicadas. Y cambia de tema, no quiere saber más. 


Hablan del trabajo, de las reuniones de la siguiente semana, de los futuros proyectos. Hablan sin hablar. Ella con su cabeza fría, pensando que quizás la comida ha sido un error. Se siente culpable, aunque no tenga culpa de nada. Por la cabeza de él quién sabe qué estará pasando pero dice que habrá que repetir. Ella contesta que por supuesto, pero que a la próxima se unirán más compañeros de la oficina. 


Se despiden con dos besos y un "hasta el lunes, que nos vemos virtualmente". Él vuelve a su casa, donde le espera su mujer y sus peques y no sabemos qué piensa. Ella de camino a casa se siente confundida, se siente perdida. Parece que todo duele un poquito más, parece que todo es más triste. Llega a casa y respira de nuevo. Se mira en el espejo y aunque sigue sin ver lo guapa que es, por un segundo se siente orgullosa de si misma. Se siente fuerte por haber sobrevivido a un divorcio doloroso, se siente coherente al no querer ser la amante, ni de él ni de nadie, se siente feliz al saber que está siendo la persona que quiere ser.


Vértigo