Madrid
Luis Ramiro sale al escenario de Joy Eslava. Y lo primero que pienso es si será capaz de enamorarme como lo han hecho sus discos, si conseguirá un hueco al lado de Ismael Serrano y de Quique González en mi lista de ídolos, si hará que salga con ganas de escucharle de nuevo y algo distinta a la persona que entré.
No se lo estoy poniendo fácil.
Empieza con “Diecisiete”, seguramente mi canción favorita y en directo suena mejor que en el disco.
Al terminar nos dedica unas palabras y veo brillo en sus ojos. No se atreve a cerrarlos del todo por miedo a que se le escapen las lágrimas. No puede disimular que está emocionado, que nos agradece a cada uno que estemos ahí, que no sepamos sus canciones, que le aplaudamos.
Se van sucediendo las canciones, algunas que conozco más, otras que menos, un par de su próximo disco, suben al escenario Marwan y Rafa Pons, aparecen pompas de jabón que dan un aire mágico, pelotas enormes simbolizando el desastre, confeti de fiesta.
Luis presenta las canciones, con anécdotas, con bromas, con nervios, haciendo que tenga claro que es un buen chico, que se merece estar ahí.
Y sí, todo eso ayuda a hacer un buen concierto, el toque espectáculo, el que me caiga bien, el buen sonido (grandes músicos le rodean). Pero no es suficiente.
Por suerte, Luis ofrece mucho más. En directo sus canciones tienen todavía más vida que en sus discos, su música suena con más fuerza y sus letras te llegan al alma.
Salgo del concierto pensando cuándo volverá a tocar en Madrid, situándole cerquita de Isma y de Quique y creyendo en noches que se merecen su canción.
Vértigo