El despertador es el primer sonido que escucho. El agua en mi cabeza es la siguiente sensación. Algo de leche y cereales. Me visto rápido, sombra en los ojos y colonia fresca en las muñecas.
Espero el autobús con los cascos puestos, modo aleatorio y buenas canciones.
Llego a mi lugar, silencio en los pasillos, suenan los tacones, se escucha el tecleo en los ordenadores.
Pasan las horas, pasan los segundos. Pasan las cosas.
Mi compañera pone música, no me conoce, no sabe lo que se mueve por mi cabeza.
Escucho sin escuchar sus canciones, tecleo sin teclear, piso sin apoyar el tacón.
Un día más, especial como todos, sin nada extraño que contar.
Y la canción que empieza a sonar lo cambia todo, o simplemente lo mueve.
No puedo evitar sonreír, cantar en silencio cada palabra de la canción.
“No estudias, no trabajas”, “la vida parece una fiesta a la que nadie se ha molestado en invitarme”, tantas veces he sentido esas frases, y algunas por fin las siento menos.
Aunque “últimamente me cuesta tanto no amarte” siempre me acompaña. Como me acompaña Ismael Serrano, que sonando de manera imprevista me alegra el día.
Vértigo