martes, 17 de noviembre de 2020

Casado y con dos niñas

Está tratando de entenderle. Le tiene enfrente y busca señales que no aparecen. No puede ser mala gente, se repite una y otra vez. Para ella simplemente es un compañero de trabajo, casado y con dos niñas, recién mudado a Madrid que trata de hacer amigos. Tiene sentido. 


Ha llegado en un momento raro, no hay cañas los jueves, ni cafés los lunes comentando el fin de semana, no hay ambiente en el trabajo. Cada uno se sienta delante de su ordenador en casa y hace su jornada eterna. Con suerte, en alguna videollamada pueden comentar el último partido de fútbol o hablar de alguna película. Pero no se llegan a conocer, es difícil conectar, parece imposible hacer amigos.


Ella entiende la situación, se cambió de trabajo estos meses y también siente que no está integrada en el equipo. Pero tiene a todo su mundo en Madrid, aunque preferiría que fuera diferente, sabe que puede esperar a conocer más a la gente de la oficina. Apaga el ordenador y puede volver a su vida. Aunque él tenga a su familia, puede suponer que siente un vacío, que quiera hablar con sus compañeros sobre algo más que el último informe. 


Él ya le había dicho varias veces de quedar a comer un sábado. Ella, siempre con su sonrisa, le decía que claro, que así conocería a su mujer y a sus hijas. Él parecía seguir con la idea de los dos solos. Al final, aceptó, porque podía o quería entenderle. Suponía que quería conocerla, que buscaba una amiga, alguien con quien hablar saliendo de su rutina. 


Ahora le tiene enfrente y no sabe por dónde empezar. Está tratando de entenderle pero quiere que él también la entienda a ella. Quiere que entienda que sólo ha aceptado la comida como amigos, que ni ha pensado que él podría querer algo más, que esa teoría le parecía tan tonta que ni se le pasó por la cabeza. Siempre tan insegura, siempre creyendo que no le puede gustar a nadie. Pero ahora él la está mirando a los ojos y duda sobre sus intenciones.


Y no quiere pensarlo. Mira la carta y hace un chiste malo. No puede aceptar que la situación es la que parece, que sus amigos tenían razón cuando la avisaron, que ha sido demasiado ingenua. Vuelve a pensar que quiere entenderle y que quiere que la entienda. 


Respira despacio y coge fuerzas. Se dice que las cartas sobre la mesa puede ser lo mejor, que no quiere confusiones, no quiere dar esperanzas, no quiere complicar su vida, su trabajo, con algo que tiene claro, y que si alguien se confunde será él en su cabeza pero no será por su culpa. Respira de nuevo y empieza su discurso, que siempre le ha dolido tanto, pero que decir en alto le sigue viniendo bien. 


Le cuenta su historia, que está divorciada, que le hicieron daño, que la destrozaron, que jugaron con ella, que una tercera persona participó, que le ha costado mucho superarlo, que sigue luchando y que sigue pensando que hay buena gente y que ella nunca engañaría ni participaría en un engaño. Aunque parezca un discurso, es la verdad, su verdad. 


Le mira y busca en sus ojos qué está pensando. Pero no lo descubre. Parece que la entiende, le dice que quiere que sigan quedando y ella se confunde. Pero piensa que quizás su discurso no era necesario, que él no buscaba nada y que todo será sencillo.


Siguen con la comida, con las risas, parece que están construyendo una amistad. Le dice que le parece que ella tiene un muro y que no hay quien lo atraviese. Le duele oírlo, sabe que lo ha tenido pero piensa que ya no, que está más abierta, que no está cerrada al amor, al que algún día vendrá. Se queda pensando. Y él la mira de nuevo despacio. Por su cabeza puede estar pasando cualquier cosa. Por el de ella sólo pasa la preocupación de no estar lista, el miedo a que aparezca la persona correcta y ella no se de cuenta. Respira de nuevo y trata de no agobiarse, poco a poco se dice, como ya se ha dicho muchas veces. El mundo está tan loco que lleva meses que ni se ha planteado que alguien pueda aparecer, así que se repite que calma. 


Metida en sus pensamientos mientras comía el postre el postre, al salir de ellos se dio cuenta que él la estaba observando. Normal pensó, puede que fuera un silencio incómodo aunque ella no se diera cuenta. Hace otro chiste malo y la conversación vuelve. Él parece más serio esta vez. Empieza a contarle que su matrimonio no funciona, que están juntos por las niñas, que no hay relación ya, que no hay amor. Parece que alarga el brazo buscando su mano. Ella no sabe qué pensar, no le entiende, no entiende nada. Pero reacciona apartando la mano, diciéndole que lo siente, que las relaciones son complicadas. Y cambia de tema, no quiere saber más. 


Hablan del trabajo, de las reuniones de la siguiente semana, de los futuros proyectos. Hablan sin hablar. Ella con su cabeza fría, pensando que quizás la comida ha sido un error. Se siente culpable, aunque no tenga culpa de nada. Por la cabeza de él quién sabe qué estará pasando pero dice que habrá que repetir. Ella contesta que por supuesto, pero que a la próxima se unirán más compañeros de la oficina. 


Se despiden con dos besos y un "hasta el lunes, que nos vemos virtualmente". Él vuelve a su casa, donde le espera su mujer y sus peques y no sabemos qué piensa. Ella de camino a casa se siente confundida, se siente perdida. Parece que todo duele un poquito más, parece que todo es más triste. Llega a casa y respira de nuevo. Se mira en el espejo y aunque sigue sin ver lo guapa que es, por un segundo se siente orgullosa de si misma. Se siente fuerte por haber sobrevivido a un divorcio doloroso, se siente coherente al no querer ser la amante, ni de él ni de nadie, se siente feliz al saber que está siendo la persona que quiere ser.


Vértigo