viernes, 11 de diciembre de 2020

Escribir (II)

No estás escribiendo nada, me dices. Sin pestañear, sin pensar en la dureza de tus palabras. Claro que estoy escribiendo, te contesto. 


Te ríes. ¿Por qué te ríes? te pregunto. ¿Qué te parece tan gracioso? Te vuelves a reír y sientes que dices la verdad. Te hablo de mi blog, de las últimas entradas, de mis historias a medias, de todo lo que tengo guardado en los borradores de mi correo, de mi cuaderno en la mesilla. Pones cara de no creerte nada y te vuelves a reír. Me dices que sí, que mucho cuaderno mono, que precioso el boli swarovski, que llevo mil años escribiendo las mismas historias en el blog, que aquel ex es más ficción que las series malas que veo en la tablet. La tablet, me reprochas, nunca la quisiste porque el teclado era importantísimo y ahora es lo que más enciendes. ¿Qué escribes con ella, eh? Me dices desafiante. ¿Por qué no escribes por las noches en lugar de perder el tiempo? ¿Por qué no sueltas todo lo que llevas dentro?


Te digo que lo intento, que mil veces por la calle imagino historias y las escribo en mi cabeza. Que tengo el relato perfecto que quiero dedicar a mi madre y que sólo me falta un empujón. Te recuerdo que mi novela sigue pendiente, que alguna vez tuvo un protagonista y que lo perdí pero lo volveré a encontrar. 


Me miras y te sigo sin convencer. Ya, ya lo sé, no sirve la excusa de este año imposible porque llevo ya varios años así, que parece que no arranco, que me guardo más de lo que debería, que me arrepiento de cada día que pasa que no escribo una palabra, que duele cuando escribo pero que duele más cuando no lo hago. 


No te ríes, ahora parece que me miras con preocupación. No, no me digas que me estoy traicionando, no lo digas. Sólo voy más despacio. Tengo claro que escribir es como respirar y que lo necesito, que da igual que publique algún día o no lo haga, que alguien me lea o que todo se pierda en el infinito. No importa. Lo necesito y me lo estás recordando. Todavía hay esperanza, ¿verdad?


¿Sigo siendo la misma? Me recuerdas que no es la pregunta correcta. Que claro que no soy la misma, que no me engañe, que he cambiado, he crecido y nunca fue un problema. Me dices que recuerde Vértigo, que piense si al mirarme en el espejo me reconozco. 


Y me doy cuenta que claro que lo hago, que si mi reflejo del espejo es capaz de regañarme por no escribir, de preocuparse si pierdo mi camino y de estar pendiente de mí es porque no lo estoy haciendo tan mal.


Dejo de mirarme en el espejo y me siento a escribir un rato.  Todo se ve mejor.


Vértigo



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