¿Todo está permitido?
En el año más imposible parece que nos podemos tomar ciertas licencias. Parece que tenemos que decir más "te quieros", que debemos decir más veces que no, que tenemos que seleccionar más la gente a la que convertimos en "contactos estrechos". Parece una obligación vivir al límite, sentir cada sensación como si fuera la última, sonreír constantemente aunque no se nos vea, estar agradecidos y decir que seremos más fuertes.
Y asumir más errores, arriesgar como nunca. Como decía, tomarnos ciertas licencias amparándonos en que este año "todo vale y no hay que esperar".
En estos pensamientos se encontraba ella delante del ordenador. Abriendo y cerrando el correo electrónico. Mirando las noticias y cogiendo el móvil. Estaba aceptando que sí, ella estaba siguiendo lo previsto, se sentía más intensa que nunca, lloraba con más facilidad, enviaba más mensajes con corazones, echaba de menos hasta a quien ya había olvidado, todo dolía y nada lo hacía como antes.
Septiembre, su tradicional mes maldito, ya había pasado sin ningún sobresalto igual que los últimos años. Le empezaba a parecer raro seguir teniéndole miedo, cuando la vida ya le había demostrado que cualquier mes podía ser mágico u horrible. Este año es la prueba de que no sabemos nada. Aun así, pensaba en septiembre y pensaba en él. Le sigue pareciendo curioso acordarse de él el mes que rompieron en lugar del mes en el que se conocieron o en el que se enamoraron. Quizás porque se enamoraron a fuego lento y no sabría decir cuándo fue, pero podría decir cuando se besaron por primera vez. Sigue recordándole en septiembre.
Ahora que ya ha pasado y mira en el calendario que octubre también avanza rápido, abre y cierra el correo electrónico dudando si seguir sus impulsos o apagar el ordenador. Todo está permitido se dice una y otra vez, siempre podrá decir que es este año tonto, si se equivoca nada será tan grave, se podrá justificar, se podrá sentir menos mal si la respuesta no es la esperada. Aunque ni ha pensado todavía cuál será la pregunta.
Cierra el correo de nuevo pero no apaga el ordenador. Se levanta y se marcha hasta la cocina, bebe agua y come un par de gominolas. Un poco de azúcar nunca viene mal, se dice. Mejor no pensar en la báscula y en todo lo que ha ido cambiando estos años. Se acuerda del rubio de bote y los vestidos rosas, cuando creó un personaje imposible pero tampoco quiere pensar en eso, todo fue después de él. Han pasado tantas cosas después de él que hacerle un resumen le parece una locura.
Vuelve a su sitio con la idea de resumen en su mente. La palabra resumen retumba en su cabeza. Le apetece. Olvidando totalmente los estos meses extraños, empezar un correo electrónico hablando de su vida los últimos... ¿Diez años? ¿Quince años? No recuerda la última vez que se vieron, supone que fue en un cumpleaños de la única amiga común que les queda, en el que se darían dos besos, se dirían hola y poco más. Han intercambiado algún correo, ella no podía evitar enviarle los relatos que la premiaban en concursos y él no ha querido evitar enviarle algún artículo de moebius y preguntarle por regalos de bodas. Pero eran siempre correos cortos y correctos y como mucho uno al año, en el que no se decían realmente nada.
Piensa cuánto hace que rompieron, más de diez años seguro, pero cree que no llegará a quince años, sabe que puede tratar de recordar pero prefiere no saber los años exactos. Desde entonces debería empezar a contarle en su correo eterno. ¿Es posible resumir diez años de su vida? Seguramente sí, se acuerda de cuando escribió aquel relato que se titulaba "Tengo 20 años" y él fue el primero en leerlo. Fueron sus primeros años de vida plasmados en unos folios. Solía pensar que él se había terminado de enamorar al leerlo y que ella al escribirlo cambió la percepción que tenía de él sin darse cuenta. Piensa que fue bonito, todo fue bonito se dice. Todo menos el final. ¿Existen los finales bonitos? Desde la distancia que da el tiempo piensa que deberían haber hecho las cosas de otra manera. Los dos, ya no le culpa como lo hacía antes ni se castiga a sí misma por no haber sabido comportarse. Se equivocaron los dos.
Hubo un tiempo que le dio mil vueltas al final, después a su historia y ya lleva un tiempo pensando en cambiar el final, en poder convertir aquel punto final en un punto y coma como los que a él le gustaba poner. Está cansada de preguntarse si podrían ser amigos, si podrían volver a compartir historias, si podrían seguir entendiéndose sólo con mirarse, si podrían estar ahí el uno para el otro. También está cansada de escribir relatos sobre él, sobre su relación, sobre su ruptura, de haberle dado más protagonismo del que debería. Se dice que ya ha pasado tanto tiempo que puede que esté distorsionando la historia, que simplemente fueron amigos que intentaron ser algo más y no funcionó. Y ya. Y no hay nada más que contar, ni nada sobre lo que hablar, ni nada que recuperar.
Sonríe al pensar que le ha estado utilizando, que como ya ha dicho alguna vez se ha convertido en recurso literario y que ahora su recuerdo le parece más un fantasma que una realidad. Repasa mentalmente momentos juntos con música de fondo como si fueran los protagonistas de La La Land y todo encaja. Se ríe y se siente tonta. Mira el reloj. ¿Cuánto tiempo lleva sentada dándole vueltas? Demasiado se dice. Pero se repite que este año todo está permitido, que si quiere que vuelvan a ser amigos es ahora o nunca. Se ríe al darse cuenta de lo dramática que está siendo de nuevo. Puede que se encuentren por casualidad y hablen y sea sencillo. Más sencillo que enviar un correo resumiendo diez años. ¿Resumir diez años? Se vuelve a sentir tonta, ¿cómo se le ha podido ocurrir semejante idea? Ahora le parece una tontería. Todo le parece sin sentido. No son amigos y no pasa nada, cada uno tiene su vida y así está bien se dice. La vida no es una película aunque este año parezca una de miedo.
Apaga el ordenador y sigue sentada unos instantes. Sabe que cuando se levante dejará de pensar en él y no volverá a hacerlo hasta dentro de unos meses o quizás hasta septiembre del año que viene. Se repite que todo está permitido y piensa que debe dedicar esa intensidad que siente a la gente que sigue en su vida, a los que siguen a su lado, a los que llevan mil años y a los que acaban de llegar, a los que le están demostrando que no van a irse. Coge el móvil y envía mensajes con besos. Se levanta y mentalmente le dice adiós, porque sabe que en el pasado es donde debe estar. Va al salón y besa a su chico, que está ordenando las fotos del último viaje, le dice que le quiere y él ni se inmuta. Le vuelve a besar y le dice que para cenar quiere vino, que hay que celebrar que septiembre pasó y siguen juntos.
Quizás en la otra punta de Madrid él mire también su ordenador y dude si escribirle. Quizás él también eche de menos a la que fue su mejor amiga. O puede que simplemente juegue con sus hijos en el salón mientras trata de olvidar lo que pasa fuera este año.
Puede que todo esté permitido. También que ellos sigan con su vida. Sin encontrarse, sin culparse, sólo siendo vagos recuerdos del pasado.
Vértigo
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