Ha
llegado sin darme cuenta. Alguien habla de un corazón roto, de pasiones y de
dolores, de angustias y vacío y yo miro el calendario: septiembre.
Nada es
casual o lo es todo.
Llega
septiembre sin que sea consciente de que el verano ha pasado y que el mes
maldito está aquí. Me compro unos tacones con los que no parecerme a nada que
me recuerde a la que chica que conociste. Doy abrazos en encuentros fortuitos
que te dan un vuelco al día. Sonrío tanto como lo hacía antes.
Subo a
un quinto sin ascensor y pido que me protejan. Lo hacen y durante unas horas el
salto al vacío en el que vivo no me da miedo.
Mi
cabeza me dice que en este mes tengo que llorar por ti, que no puede pasar sin
que me quiera teñir el pelo, sin que me despierte en medio de la noche sin
poder respirar como hace años, sin que empiece miles de correos electrónicos
que no te mandaré en los que te diga que ya no pienso en ti pero que echo de
menos tus puntos y comas.
Mi
corazón sigue teniendo la cicatriz de la herida que le causaste y es consciente
de que tiene que dar pasos con cuidado para que no vuelva a abrirse. Pero no
estás dentro de él, sólo eres un viejo amigo que no hubiera querido perder.
Mi
cabeza y mi corazón se encuentran y ya no miran al pasado. Se centran en este
presente que me trae a terrazas imposibles con farolas verdes y a amigos a lo
que poder hablarles de mis vértigos.
Pronto
llegará octubre.
Vértigo