Se nota más frío que otras mañanas, puede que sea por el viento.
Me resguardo en la parada del autobús esperando un nuevo día.
Subo y lo descubro más vacío, menos gente, menos movimiento.
Encuentro asiento mirando al infinito y por una vez no dudo en sentarme.
El sol entra y sonrío.
Parece que nada es muy distinto a ayer aunque sienta que nada es igual.
Sigo en mi mundo avanzando sin prisas, realizando las paradas necesarias y continuando mi camino.
Miro a mi izquierda y les encuentro. Están empezando a moverse, despiertan con la luz del sol. Noto su calma, su serenidad, su confianza. Se mueven en medio del bullicio como si estuvieran aislados y nada les perturbara, sólo la realidad.
Están recogiendo, guardando sueños y promesas en mochilas infinitas.
La policía les observa con cierta envidia, la misma que tengo yo, mientras ellos continúan despertando.
Me bajo del autobús y miro hacia atrás, dudando hacia dónde debo ir.
Llego al trabajo sabiendo que gracias a ellos todo es diferente. Leo las noticias que dicen que la policía les está desalojando. No saben lo que dicen. Los indignados continúan su marcha.
Vértigo